POSTRADO EN TIERRA -- CH Shaw

Una de las imágenes más estremecedoras que nos ofrecen las Escrituras es la de Job, postrado en tierra, exclamando «bendito sea el nombre del Señor» (Job 1.21). La figura postrada nos recuerda otras escenas similares en los relatos bíblicos, la de Isaías ante el trono de Dios, la de los magos ante el pequeño Jesús, la del siervo injusto ante el Rey, la del ciego ante el Hijo del Hombre o la de Juan ante Aquel que vive por los siglos de los siglos. Podría también referirse a un momento en la vida de cualquiera de los miles de héroes de la fe que han adornado, con su santidad, la historia del pueblo de Dios.El hombre «postrado en tierra» nos produce incomodidad. Nuestra espiritualidad, restringida a horarios específicamente apartados para esta actividad. Lo que le añade un dramatismo sin igual a esta escena no es el acto en sí, sino el contexto que rodea esta expresión de adoración. En el lapso de un solo día una violenta confabulación de eventos arrasó con todo lo que Job conocía —riquezas, comodidades, familia y prestigio— y convirtió su mundo en una soledad amarga, vacía y desolada. Los sabeos arrasaron con su bueyes y mataron, a filo de espada, a sus criados. Cayó fuego del cielo y consumió sus ovejas, junto a los pastores que las cuidaban. Los caldeos atacaron y se llevaron sus camellos, y asesinaron también a los criados. Un viento huracanado volteó la casa en que estaban sus hijos ehijas y, cayendo sobre ellos, les quitó la vida.

¿Cómo puede un hombre soportar semejante devastación sin caer en la demencia absoluta? Imaginamos que la agonía y el desconsuelo lo hundieron en un tormento que lo dejaron desorientado, incapacitado aun para las tareas más sencillas de la vida cotidiana.

¿Qué es esto?

El relato del historiador, sin embargo, toma un giro inesperado: «Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza, y postrándose en tierra, adoró, y dijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre Y desnudo volveré allá. El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; Bendito sea el nombre del SEÑOR.” En todo esto Job no pecó ni culpó a Dios». (1.20–22).

La respuesta de Job nos deja atónitos. El hombre «postrado en tierra» nos produce incomodidad. Nuestra espiritualidad, restringida a horarios específicamente apartados para esta actividad, no nos ha preparado para esta escena. ¿Acaso no son necesarios los músicos y una persona que dirija para que podamos «adorar»? Aun cuando nuestras experiencias de adoración nos conmuevan, la experiencia no nos despega de nuestros asientos. Algunos osados se ponen en pie, pero nadie se postra en tierra. Nuestro desconcierto con Job crece cuando recordamos cuán a menudo nos quejamos por las injusticias de la vida (siempre que se refieran a nuestra vida, claro está), con cuanta facilidad convertimos cada contratiempo y dificultad en una oportunidad para reclamarle a Dios una existencia más benigna.

Hacer silencio

Elifaz temanita, Bildad suhita y Zofar naamatita llegan a tiempo para rescatarnos de nuestra desorientación. Ellos, «cuando alzaron los ojos desde lejos y no lo reconocieron, levantaron sus voces y lloraron. Cada uno de ellos rasgó su manto y esparcieron polvo hacia el cielo sobre sus cabezas. Entonces se sentaron en el suelo con él por siete días y siete noches sin que nadie le dijera una palabra, porque veían que su dolor era muy grande» (2.12–13).

Imitemos a estos tres y acerquémonos al patriarca, postrado en el piso, con reverencia. Estamos en presencia de un santo. Si guardamos silencio es posible que el Espíritu descubra, ante nuestros ojos, el secreto de la devoción de Job.

¿Qué nos enseña el hombre que adora a Dios en medio de la calamidad? ¿Qué podemos aprender de su postura de entrega absoluta?

Rendirse

¿Por qué está postrado en tierra Job? Es un gesto que no pertenece a nuestro mundo. Las reverencias, las cortesías, inclinar la cabeza o levantar el sombrero pertenecen a un mundo anticuado, pasado de moda. La nueva cultura exige que trabajemos más en imponer que se nos respete que en tratar con respeto a los que comparten con nosotros la vida. En los tiempos de Job, sin embargo, el postrarse era una señal fácilmente reconocible como una acto de reverencia. Quienes lo observaban no guardaban dudas acerca de quién era el que recibía el honor y quiénes eran los que lo ofrecían.

Job, postrado en tierra, no deja duda alguna acerca de quién es Dios y quién es el creado. Echado en el piso proclama, para todos los que lo observan, que se encuentra en una posición de absoluta vulnerabilidad, de extrema fragilidad. Solamente la buena voluntad del Soberano podrá salvarlo de una muerte segura. No patalea, ni reclama. No demanda, ni exige. Entiende que no posee derechos, y por eso está rendido ante otro que es infinitamente mayor a él.

Volver a rendirse

Job no se postra solo. Trae consigo la multitud de preguntas que azotan su mente, que lo acosan con una furia inusitada. «¿Cómo pudo ocurrir esto? ¿Qué he hecho para merecer semejante injusticia? ¿Por qué Dios ha permitido que sucediera esto? ¿Por qué no me quitó también a mí la vida?» Estas interpelaciones atormentan porque el desconcierto, en un mundo que creíamos entender, es aún más doloroso que la crisis que vivimos.

Job rinde ante el Soberano el más profundo anhelo del ser humano, la necesidad de obtener una respuesta ante el atroz sufrimiento que nos trae vivir en un mundo caído. Entiende que entre su humanidad y el Alto existe un profundo misterio que ningún hombre puede penetrar. Los caminos del Soberano no son sus caminos, ni tampoco Sus pensamientos los pensamientos del postrado patriarca. Percibe que las respuestas no servirán para calmar su dolor; más bien darán lugar a nuevas y más insondables interrogantes. Prefiere no transitar por este camino, porque el consuelo que busca no es racional, sino espiritual. Al declarar que Dios es bueno está afirmando que Aquel que cuida de su vida sabe lo que está haciendo, aun cuando sus acciones sean incomprensibles a nuestros ojos. Echar mano de la vida

¿Qué es lo que cree este varón, postrado en tierra? «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó». No contabiliza la catástrofe como pérdida porque nada de lo que poseía era suyo. Reconoce su verdadera condición en la tierra, la de un peregrino que vive de prestado. Sus bueyes, sus ovejas y sus camellos eran prestados. Sus criados eran fiados. Aun sus hijos e hijas eran prestados. Llegó al mundo sin nada y así saldrá de él. Todo lo que logre disfrutar, en ese espacio intermedio entra la vida y la muerte, es pura dádiva del cielo.

Mas Job percibe algo más profundo. La figura más triste en este mundo es la persona que «gasta dinero en lo que no es pan, su salario en lo que no sacia» (Isaías 55.2). Él no perdió nada porque lo único que alguna vez había poseído es aquello con lo que llegó al mundo: la vida misma. Esta existencia, en su expresión más pura y absoluta, es lo que resulta cuando vivimos en presencia del Eterno. Lo podemos perder todo y aún conservar la vida. Ni siquiera pasar de este mundo al venidero puede quitarnos esta riqueza. Job sabe que todo lo demás —patrimonios, comodidades, familia y prestigio— pasarán, mas lo eterno perdura para siempre.

Volver a inclinarse

Postrado en tierra, Job exclama: «bendito sea el nombre del Señor». En una cultura obsesionada con la búsqueda del placer y la realización personal las palabras de Job suenan a blasfemia. Nos preocupa su autoestima, la negación en la que quizá se haya sumergido, las secuelas emocionales y psicológicas que puedan resultar de semejante catástrofe. Job, sin embargo, exclama: «bendito sea el nombre del Señor».

La raíz de la palabra bendecir es arrodillarse. Es decir, Job no solamente se postra de cuerpo, sino que su espíritu también se inclina ante el Señor. Desconoce nuestro hábito de mostrar una cara a los demás mientras, en lo secreto de nuestro interior, nos aferramos a una postura contraria. Bendecir es hablar bien del Señor, enumerar sus bondades, testificar de su misericordia. Es acomodar el corazón para que acompañe plenamente las acciones del cuerpo postrado.

Nos desconcierta la respuesta de Job porque generalmente bendecimos el nombre de Dios cuando todo marcha bien, cuando la vida nos sonríe, cuando abundan los buenos momentos, los amigos y los medios para vivir como nos gusta. En medio de las calamidades, sin embargo, la historia es otra. Nos sentimos tentados a decirle a nuestro espíritu, lo mismo que la esposa de Job le dijo al patriarca postrado: «¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete» (2.9). No obstante, con una obstinación enervante Job insiste en señalar: «¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?» (2.10). La más pura expresión de sus convicciones sigue siendo exclamar: «bendito sea el nombre del Señor».

Dejarse abrazar

¿Qué es lo que sostiene la fe de Job? Una convicción inamovible de que Dios es bueno. Se resiste a creer la mentira del diablo, instalada en el corazón del hombre desde del mismo momento de la caída, de que el Creador está actuando para perjudicarnos, que busca hacernos mal. Su testaruda declaración, «bendito sea el nombre del Señor», no tiene que ver con el horror de los hechos que se han producido en su vida. Mantiene su mirada fija en el corazón del Padre, un corazón que se derrama en amor por sus hijos. Job sabe que no puede haber contradicción entre los hechos y las intenciones de Dios, y por eso desconfía de sus propias interpretaciones al respecto. Al declarar que Dios es bueno está afirmando que Aquel que cuida de su vida sabe lo que está haciendo, aun cuando sus acciones sean incomprensibles a nuestros ojos. En esa convicción encuentra el descanso que tanto necesita. ¡Jehová verdaderamente es su pastor!«No temas. No te haré mal. Confía en mí, y yo te daré la vida en toda su plenitud» ¿Podremos nosotros?

Aunque Job postrado en tierra nos desconcierta, reconocemos en su postura una profundidad y una entrega que resulta fascinante por lo inusual que es en nuestras propias expresiones de devoción. Percibimos una intensidad de vida con Dios que despierta en nosotros un deseo por algo distinto en la manera en que vivimos al Señor. ¿Será que nos atreveremos a explorar este camino?

El Dios que acompañó a Job en el momento más negro de su vida es el mismo que, hoy, extiende sus manos hacia nosotros. Con infinita ternura nos exhorta: «No temas. No te haré mal. Confía en mí, y yo te daré la vida en toda su plenitud». Quizás, en un futuro no muy lejano, el postrarnos en tierra y declarar «bendito sea el nombre del Señor» ya no nos resulte tan extraño.

Dulce sera mi meditacion en El -- CH Spurgeon

El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano
Lo Dulce y Lo que Imparte Dulzura

NO. 2403
Un sermón predicado la noche del Domingo 6 de marzo, 1887
por Charles Haddon Spurgeon
En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.
Y también leído el 10 de Marzo, 1895.
"Dulce será mi meditación en él." Salmo 104: 34.

Sermones

Quienes estuvieron presentes en el servicio de esta mañana, saben que con todo mi corazón, y toda mi mente, y toda mi alma, y todas mis fuerzas, imploré a las personas que vinieran a Cristo. Si alguna vez en mi vida he sentido que he gastado cada partícula de mi energía, ciertamente lo sentí cuando terminé de predicar. Habría podido morir y dar por terminado mi ministerio después del testimonio que dí esta mañana. No sé de qué otra forma podría haber derramado mi ser entero, tan plenamente, con el ferviente anhelo de la conversión de mi prójimo. Pensé que no me sería posible manejar otro tema igual esta noche, con esa misma intensidad de tono. Sentí que no podría hacerlo. Por tanto me dije a mí mismo: "en vez de predicar, en vez de tener que hacer algo que me costaría mucho esfuerzo y me provocaría mucha tensión mental, voy a hacerme uno más del grupo, y voy a gozarme como cualquier otro miembro de la congregación. Voy a tomar un tema sobre el cual todos podamos meditar en calma, quiero decir, todos los que conocemos al Señor." Y me pareció que nada podría ser más adecuado que pensar en Él, que es el gozo de nuestro corazón; que meditar en Él, que es la fortaleza de nuestro espíritu; nuestro bendito Señor de Quien dice el texto: "Dulce será mi meditación en él."

Así que, entonces, en esta ocasión no voy a predicar. Simplemente voy a dirigir un poco la meditación de ustedes, meditando yo mismo también mientras ustedes meditan, actuando como un tipo de guía de ejercicios para dar el tono en el que, así confío, todos los que aman al Señor se unirán de corazón. ¡Que Dios el Espíritu Santo nos ayude a todos a meditar dulcemente sobre Aquél a Quien se refiere aquí el salmista!

Este Salmo 104 es muy maravilloso. Humboldt escribió un libro que tituló El Cosmos; esto es, el mundo. Y este Salmo es un Cosmos, es un mundo consumido por un incendio de alabanza. Es toda la creación, desde la cima de la montaña hasta el arroyo que reluce a través de los valles, alabando a Dios. He leído frecuentemente este salmo completo, cuando estoy en el bosque o en la ladera de una montaña; y cuando regresamos a casa después de una excursión en las montañas de Italia, dije a mis compañeros: "ahora vamos a leer el Salmo 104." Es el Salmo del naturalista, es el Salmo de la naturaleza vista por el ojo de la fe; y el que aprende a mirar correctamente a los mares y a las montañas, a las bestias y a las aves, al sol, la luna y las estrellas, ve a Dios en todas las cosas, y dice con el salmista: "Dulce será mi meditación en él."

Pero, amados, la redención es un tema más precioso para la meditación que la creación, pues sus maravillas son mayores. Yo puedo entender que Dios hiciera los mundos; pero que redimiera a los hombres de la ruina eterna, no puedo entenderlo. Que el Creador diseñara todas las cosas por la palabra de Su poder no es nada semejante a ese otro notable objeto de meditación: que ese mismo Creador, velado en carne humana, entregara Sus manos a los clavos de la cruz, e inclinara Su cabeza bajo el golpe de la muerte. Si la creación es maravillosa, la redención es un milagro más sublime, una maravilla en el propio centro de todas las maravillas.

El tema de la redención no es menos vasto que el tema de la creación. Ciertamente, la naturaleza es un tema muy amplio, desde la casi infinita grandeza que es descubierta a través del telescopio, hasta la maravillosa minucia que es percibida a través del microscopio. La naturaleza parece no tener límites; sin embargo, no es sino un fragmento comparada con la redención, donde todo es infinito, donde tienes que tratar con el pecado y el amor, la vida y la muerte, la eternidad y el cielo y el infierno, Dios y el hombre, y el Hijo de Dios encarnado por causa del hombre. Ahora se encuentran ustedes, verdaderamente, en medio de la sublimidad, meditando sobre la redención. El tema es vasto más allá de toda concepción.

Y permítanme agregar que el tema de la redención es tan fresco como el de la naturaleza. La naturaleza, es cierto, no envejece nunca. Desde el primer día del año hasta el último es siempre joven. ¿Acaso han visto ustedes que el océano parezca igual dos veces? ¿Vieron alguna vez el rostro de la naturaleza sin dejar de percibir allí alguna fresca belleza? Pues sucede exactamente lo mismo con la redención. La cruz no envejece nunca; la doctrina de Cristo crucificado es un manantial que brota por siempre con una frescura refulgente. Ni siquiera las edades eternas la agotarán. Cuando hayan pasado millares de años, esta vieja, vieja historia de la cruz, será siempre nueva.

Debemos agregar acerca de una meditación sobre la redención, que nos cala hasta lo más hondo. Me gusta pensar en las estrellas; pero, después de todo, podría ser feliz si las estrellas se apagaran. Me deleito al pensar en el rugiente océano; pero, si ya no hubiera más océanos, aun así podría regocijarme. Pero en la redención tenemos un interés vital y personal. No podríamos vivir como vivimos ahora; no podríamos vivir verdaderamente delante de Dios, si no hubiésemos sido redimidos con la sangre preciosa de Cristo. Los mares y los mundos pletóricos de estrellas no son nuestros de manera tan bendita, como Cristo es nuestro; y ninguno de ellos puede ser un bálsamo para el corazón y un gozo para el espíritu, como lo es Jesús, que nos amó y se entregó por nosotros.

Así que pienso que puedo decir, independientemente de cuán excelentes sean las meditaciones del naturalista (y entre más meditemos sobre la naturaleza será mejor, y yo quisiera que todos fuéramos instruidos según el orden de la verdadera ciencia, que trata con la propia naturaleza y no con teorías), sin embargo, si conocen aunque sea un poco de estas cosas en los que muchos se interesan de manera muy profunda, sus meditaciones sobre Dios pueden ser sumamente dulces. Si ustedes se circunscriben a los límites de la redención a través de Jesucristo, que de ninguna manera son estrechos, podrían decir: "Dulce será mi meditación en él."

Entonces, en primer lugar, hablaré sobre lo dulce: "Dulce será mi meditación en él." Luego hablaré de lo dulce como un endulzante, pues no solamente es dulce en Sí mismo, sino que imparte dulzura, esa dulzura que necesitamos en medio de las muchas amarguras de esta vida mortal.

I. Primero, entonces, hablemos de LO DULCE: "Dulce será mi meditación en él." "En Él," esto es, en el Bienamado del Padre, en el Bienamado de la Iglesia, en el Bienamado de mi propia alma; en Él que me amó, cuya sangre ha lavado mis ropas, y las ha tornado blancas. Meditar "en Él" es lo que es dulce; no simplemente en la doctrina acerca de Él, sino en Él, en Él mismo; "mi meditación en Él," no meramente en Sus oficios, y en Su obra, y en todo lo concerniente a Él, sino meditar en Su propio amado ser. Allí se encuentra la dulzura; y entre más nos acerquemos a Su bendita persona, más genuinamente nos habremos acercado al propio centro de la bienaventuranza.

Entonces es la "meditación en Él," lo que imparte dulzura. Hermanos, es muy deleitable oír acerca de nuestro Señor; estoy seguro que a menudo me he quedado embelesado cuando he oído lo que otras personas han dicho acerca de Él. Oír comentarios acerca de Él es muy dulce; pero eso no es lo que dice nuestro texto. Dice: "mi meditación en él." Cuando escucho de nuevo, en los ecos de mi corazón, lo que he oído con mis oídos; cuando, como el ganado, después de pacer el delicioso alimento, me acuesto para rumiarlo, igual que el ganado, "Dulce será mi meditación en él." Pensar de nuevo en lo que ya he pensado; repasar una y otra vez en mi alma, verdades con las que estoy felizmente familiarizado; que he tratado y probado muchas veces, y que vuelvo a probar y tratar de nuevo; al hacerlo, "Dulce será mi meditación en él." Entre más conozcamos a Cristo, más querremos saber de Él; y entre más dulce sea ya Cristo para nosotros, se tornará más dulce. Nunca podremos agotar esta mina de oro; entre más cavemos en ella, más se enriquece. "Dulce será mi meditación en él." No buscaré las resonantes frases del orador, ni anhelaré las profundidades del teólogo. Simplemente me sentaré y con mi humilde mente pensaré en lo que he oído y conocido, y especialmente en todo lo que he experimentado con mi Señor; y "Dulce será mi meditación en él."

Pero permítanme reflexionar un minuto en la palabra "mi": "Dulce será mi meditación en él." No es la meditación de alguien más que me es transmitida con posterioridad, sino mi propia meditación en Él, la que será dulce. Déjenme decirles, en lo relativo al vino de la comunión con Cristo, que nunca es tan dulce para un hombre como cuando él mismo pisa las uvas: "Dulce será mi meditación en él." Cuando tengan un texto, trituren su significado, "rumiando el pasaje," como decimos, hasta descubrir su alma; entonces lo entenderán y también lo gozarán. Hagan que la meditación de Cristo sea tanto su propio acto personal como su propia realidad; aférrense a Él y agárrense de Sus pies. Pongan su dedo en las huellas de los clavos, y basados en su propia experiencia digan: "¡Señor mío, y Dios mío!" Entonces no necesitarán que yo les diga cuán dulce es esa meditación, pues ustedes serán capaces de decir por ustedes mismos: "Dulce será mi meditación en él."

No importa, mi querido amigo, quién seas. Si perteneces a Cristo, tu meditación en Él será dulce. Tal vez tú seas una persona muy pobre y analfabeta, pero si Lo conoces, meditar en Él será dulce para ti. O puede ser que seas un hombre de vasta cultura y amplio conocimiento; pero estoy seguro que no hay nada en todo tu amplio acervo de lectura que sea comparable en dulzura a Él. La ciencia de Cristo crucificado encabeza la caravana de todas las ciencias. Este es el conocimiento más excelente frente al cual, cualquier otro conocimiento no es sino la ignorancia vestida con sus mejores galas. "Dulce será mi meditación en él," es decir, inclusive la mía, estando aquí en medio de ustedes, y la de ustedes sentados en esas bancas; y cuando se acerquen en breve a esta mesa de la comunión, yo espero que cada uno de los que meditan en Cristo podrá decir: "Dulce será mi meditación en él:"

Ahora, meditemos en Él por unos cuantos minutos; y, primero, meditemos en Su persona. Este Ser Bendito, verdaderamente presente entre nosotros hoy, es Dios y hombre. Meditemos en Su condición de hombre. Él es de una naturaleza como la tuya; con la única excepción del pecado, Él es un hombre como tú. Piensa en ello, y regocíjate que tenga una afinidad tan intensa contigo, y que tú tengas una afinidad tan intensa con Él. Él es tu Hermano, aunque Él es también el Príncipe de los reyes de la tierra. Él es tu Esposo, hueso de tus huesos y carne de tu carne, aunque Él es también "Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos." ¿Acaso no se encienden nuestros corazones de inmediato hacia el Hombre Cristo Jesús (llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores), y no será dulce nuestra meditación?

Pero Él es también Dios, y como Dios, Él tiene todo el dominio y la autoridad en el cielo y en la tierra. Piensen, entonces, cuánto nos ha acercado a la Deidad; ahora no hay división entre un creyente y Dios, y Cristo ha construido un puente sobre el abismo que existía entre el Creador y la criatura. Uno habría pensado que este precipicio no podría tener un puente. Entre un Dios airado y un pecador puede haber reconciliación; pero entre un Creador y Su criatura, ¿qué vínculo de unión podría existir? No existiría ninguno si Cristo no se hubiera encarnado. Si Dios no hubiese tomado a la humanidad en unión Consigo mismo, nunca habríamos podido ser llevados tan cerca de Dios como lo estamos ahora. ¡Ángeles, quédense atrás! Ustedes no pueden acercarse tanto al trono como el hombre se ha acercado, pues fue hecho un poco menor que los ángeles, pero ahora, en la persona de Cristo, ¡está puesto en el lugar de dominio y honor, y hecho señor sobre todas las obras de las manos de Dios! Mi meditación en la divina persona de mi bendito Señor será dulce, ¿no es cierto? Yo solamente indico una atractiva perspectiva de deleite, por así decirlo; yo abro la puerta, y digo: "entra, amigo, encontrarás por ese camino buen alimento para la meditación."

Ahora, meditemos en la vida de nuestro Señor, pues esta meditación también será dulce. Supongan que tomo los cuatro Evangelios, y leo la historia de la existencia de mi bendito Señor, aquí entre los hombres. Bien, necesitamos meditar en ella, pues esa vida es mucho más de lo que los evangelistas pudieron escribir. La vida de Cristo contiene una maravillosa profundidad. El otro día estuve leyendo en voz alta el primer capítulo del Evangelio de Lucas, y trataba de comentarlo, y cuando llegué al fin de mi meditación, me dije a mí mismo: "si fuere confinado a ese único capítulo por una vida entera, no podría extraer toda su profundidad." Esa sencilla vida de Cristo, de Nazaret al Gólgota, es una vida de insondables profundidades; y entre más mediten en ella, más dulzura encontrarán. ¡Oh, piensen en Su identificación conmigo si soy pobre, pues Él padeció hambre; Su identificación conmigo si estoy cansado, pues Él, "cansado del camino, se sentó así junto al pozo;" Su identificación conmigo si tengo que enfrentarme palmo a palmo con el viejo enemigo para contender por mi vida; Su identificación conmigo si estoy sumido en la oscuridad y en valle de sombra de muerte, y tengo que clamar "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"

Leída con el ojo de la fe, la historia completa de la vida de Cristo está llena de dulzura para la mente meditativa; pues, recuerden que, cuando contendía se volvió un conquistador, y en esto también seremos semejantes a Él, pues venceremos por medio de Su sangre. La fe en Él nos da la victoria; pisotearemos a Satanás bajo nuestros pies antes que la batalle esté concluida, de la misma manera que Él lo ha hecho. Mi meditación sobre Sus aflicciones, unida a mi meditación de Sus gozos finales, será sumamente dulce como una profecía que, si me someto, yo también conquistaré; y aunque sea abatido, mi abatimiento no será sino un medio para elevarme.

Ahora, aquí hay otro camino en el que pueden viajar sus pensamientos. "Dulce será mi meditación en él," especialmente cuando medito en Su muerte. La muerte de nuestro Dios y Señor debe ser el tema habitual de meditación del pueblo de Dios. Me temo que, en estos días, no pensamos lo suficiente en la cruz y en la pasión de nuestro Divino Redentor. Leo en los periódicos y revistas del "pensamiento moderno," escarnios acerca de nuestros "sensibles" himnos cuando cantamos acerca de nuestro Señor sobre el madero; y ellos quisieran que nos abstuviéramos de hablar acerca de Su sangre. Esas expresiones están "fuera de moda." Es algo "medieval" (creo que esa es la palabra) exponer a un Cristo que muere.

Ahora, fíjense bien, la fortaleza de la Iglesia de Roma sobre muchas mentes, ha descansado durante siglos en el hecho que mantiene prominentes los sucesos de la pasión y muerte de nuestro Señor. Aunque esa verdad acerca de Su cruz es a menudo pervertida, sin embargo tiene salvación en ella; y no dudo que muchos encuentran el camino a la vida eterna, aun en esa iglesia apóstata, por el hecho que Cristo crucificado es expuesto como una gran realidad.

Si alguna vez llegara a suceder entre nosotros, llamados protestantes, y entre quienes son llamados protestantes disidentes, que el grandioso hecho de la muerte de Cristo fuera considerado como un tipo de mito del cual se pudieran extraer ciertas doctrinas recónditas, pero del que en sí no se puede hablar, habríamos cortado el tendón de Aquiles de nuestra fortaleza, y habría desaparecido nuestro poder para bendecir a los hijos de los hombres. ¡Oh, denme la historia de la cruz, la verdadera historia! ¡Sí, que mis ojos contemplen las heridas de Jesús, cuando estoy inclinado ante el Crucificado! Su muerte fue un hecho literal, no un sueño fantasma; y así queremos sostenerlo, y queremos meditar sobre ello como el centro de todas nuestras esperanzas. "Dulce será mi meditación en él," es especialmente cierto de Cristo en la cruz del Calvario. Aquí contemplo la expiación consumada, la satisfacción ofrecida, la justicia honrada, la gracia expuesta, y el amor pugnando, sangrando, contendiendo, conquistando. En la muerte real de Cristo en la cruz, veo la seguridad de Sus elegidos a quienes Él ha comprado con Su preciosa sangre. Veo aquí el fin del reino del mal, la herida en la cabeza de la antigua serpiente. Veo la grandiosa roca sobre la que el reino de Dios es establecido sobre un seguro cimiento sellado con la sangre de Cristo. ¡Oh, santos, vayan y vivan en el Calvario! No se puede encontrar un mejor aire bajo la bóveda del cielo; y conforme se dilaten allí, su meditación acerca de su Señor será dulce.

Pero, ¿qué estoy diciendo? Pues dondequiera que contemplo al Señor Jesucristo, "Dulce será mi meditación en él." Síganlo en Su resurrección; contémplenlo en Su gloria presente. Mediten mucho sobre Su intercesión a la diestra de Dios. ¡Cuán seguros estamos porque Él vive por siempre para interceder por nosotros! Qué profecías de buenas cosas por venir están escondidas en la persona de nuestro grandioso Sumo Sacerdote ante el trono.

Piensen, también, en la gloria que está por revelarse. "He aquí que viene." Cada hora lo está trayendo más cerca. Lo veremos en aquel día; y aunque nos durmamos antes de que Él venga, sin embargo, a Su venida, levantará nuestros cuerpos del polvo y en nuestra carne veremos a Dios. Meditemos mucho en las glorias del Segundo Advenimiento de Cristo, en los esplendores trascendentes de nuestro Divino Conquistador, sabiendo que el trasfondo de Sus sufrimientos únicamente hace que Sus triunfos brillen con un mayor brillo. Mediten en estas cosas, entreguen enteramente sus mentes a ellas, y entonces gustarán la dulzura que allí habita.

Si ustedes que son hijos de Dios, no sienten que puedan transitar por cualquiera de esos caminos, quiero que busquen obtener dulzura de este pensamiento: "Él me ama." Creyente, debes decirte: "si no hay nadie más en el cielo o en la tierra que me ame, sin embargo, Jesús me ama. Jesús me ama; es casi inconcebible, pero es verdad."

II. Ahora vayamos a la segunda parte de nuestro tema, LO DULCE COMO IMPARTIDOR DE DULZURA: "Dulce será mi meditación en él."

Es decir, primero, que endulzará todas mis otras dulzuras. Les recomiendo a ustedes que son felices, a ustedes que están llenos de gozo, este bendito método de asegurar la continuidad de esa felicidad, sin que se vuelva empalagosa. Si ustedes tienen miel, y sus manos están llenas de miel, tengan cuidado en la forma de comerla, pues pueden comer miel hasta enfermarse; pero si ustedes tienen gran provisión de miel, mezclen en ella algo más dulce que la miel, y entonces no les hará daño.

Quiero decir, si Dios les ha dado gozo en su juventud; si han sido prosperados en los negocios y su casa está llena de felicidad; si sus hijos cantan alrededor de ustedes, si gozan de salud y riqueza y su espíritu danza de gozo, todo esto en sí puede cuajarse y estropearse. Agréguenle una dulce meditación en su Señor, y todo estará bien; pues es bueno gozar de cosas temporales cuando más gozamos de las cosas eternas. Si ponen a Cristo en el trono, para que gobierne sobre todas estas cosas buenas que ahora gozan, entonces todo irá bien. Pero si ustedes Lo destronan para subir en Su lugar todas estas cosas, entonces se tornan en ídolos, "Y quitará totalmente los ídolos." Si ustedes son verdaderamente Suyos, sufrirán gran pena por la caída de sus Dagones, pero eso ciertamente pasará.

Oh, personas joviales, felices, gozosas, yo quisiera que ustedes fuesen más numerosas; yo no condeno su gozo; quisiera ser partícipe de él; pero que el sumo gozo que tengan siempre sea "Jesucristo mismo." Si la ocasión de gozo es tu matrimonio, invítalo a la boda, pues Él convertirá el agua en vino. Si es tu prosperidad, invítalo al festival de la cosecha, y Él bendecirá tu granero y tu bodega, y hará que tus misericordias sean bendiciones reales para ti.

Pero, queridos amigos, no necesito decir mucho acerca de este punto, porque, al menos para algunos de ustedes, nuestros días propiamente dulces no son muy largos ni muchos. El consuelo es que, esta dulzura puede endulzar todas nuestras amarguras. Todavía no ha existido una amargura en la copa de la vida que una meditación en Cristo no pudiera vencer, convirtiéndola en dulzura.

Voy a suponer que en este momento estás experimentando pruebas personales de un tipo temporal. Hay muchísimas curas para los cuidados de esta vida que la filosofía podría sugerir; pero yo no les recomiendo nada de eso a ustedes. Yo prescribo la meditación en Cristo. Ya les he dado muchas sugerencias acerca de cómo las tristezas, las luchas y las conquistas de la vida de Cristo pueden ayudar a endulzar todos sus conflictos y sus luchas. Una comunión de media hora con el Señor Jesús quitará la agudeza de todas sus ansiedades. Entra en tu aposento, cierra la puerta, y comienza a hablar con el Varón de dolores y tus propios dolores pronto serán mitigados.

Si tú eres pobre, acércate a Él, que no tenía donde reclinar Su cabeza, y hasta parecerás rico cuando regreses a tu lugar en el mundo. ¿Acaso has sido despreciado y rechazado? Sólo mira a Aquél que fue escupido por los hombres, al que desecharon diciendo que no convenía que viviera, y sentirás como si jamás hubieras tenido verdadero honor, excepto cuando fuiste despreciado y deshonrado por causa de Cristo. Casi llegarás a sentir como si fuera un honor demasiado grande para ti, haber sido menospreciado por Su causa amada. Por Él, que soportó la vergüenza y los escupitajos y la cruel cruz por tu causa. Sí, el mejor endulzador de todas las tribulaciones temporales es una meditación en Cristo Jesús nuestro Señor.

Lo mismo sucede con todos los problemas que son producidos por tu trabajo y servicio cristianos. Yo no sé que ocurra con cualquiera de mis compañeros de labores aquí, pero puedo decir esto. Mi trabajo está rodeado de un gozo que los ángeles podrían envidiar; pero, al mismo tiempo, tiene también un dolor que yo no desearía que nadie conociera si estuviera solo. Predicar a Cristo, ¡oh, cuán bienaventurado es! Estaría contento de quedarme fuera del cielo por siete edades si siempre se me permitiera no hacer otra cosa sino predicar a Cristo a pecadores que perecen, si se me permitiera hablar del dulce amor de mi Señor, y de Su poder de salvar al culpable. Pero también está el dolor abrumador que se presenta a menudo, en la preparación de la predicación, por temor de no haber seleccionado el tema correcto, o no tener la justa condición del corazón para tratar el tema elegido. Agreguen a eso las ansiedades que se deslizan dentro de alguien que ocupa una posición como la mía. Estando donde estoy hoy, recordando muchas historias tristes, muchas esperanzas frustradas relativas a la condición de muchos aquí presentes, regreso a casa a veces deseando meterme en mi cama y no abandonarla nunca, por causa de mi terrible angustia por algunos de ustedes que, me temo, se perderán eternamente. Tan ciertamente como están aquí ahora, ustedes se perderán, a menos que se vuelvan a Cristo. Parece que nada podría salvarlos: súplicas, invitaciones, advertencias, oraciones, todo eso ha sido en vano. Todavía están sin Dios y sin Cristo; y si permanecen así, se perderán, y nosotros no podemos soportar ese pensamiento. No podemos soportar pensar que habiendo predicado, y advertido, y suplicado e invitado, todo eso termine en nada, excepto que los miraremos desde la diestra del Grandioso Juez, espiándolos entre aquellos a quienes Él dirá: "¡Apartaos de mí, malditos!"

Verdaderamente, hay un terrible dolor abrumador que nos viene cuando pensamos en estas cosas; y cuando vemos a algunos que corrían bien, desviarse; a algunos que sostenían la verdad, vituperar y negar esa verdad; a algunos que una vez predicaron la verdad, predicar luego los caprichos de la edad en lugar del Evangelio de todas las edades, entonces nuestro corazón se contrista. Pero, ¿entonces qué? "Dulce será mi meditación en él." Él es el mismo Dios sobre todo, bendito para siempre. Él es exaltado como Príncipe y Salvador. Jesús ciertamente salvará a los Suyos, y vencerá a todos Sus adversarios, pues "No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra la justicia." Después que se diga y haga todo, no hay deshonra posible para Él. Es cierto que "Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." Pero la cita termina diciendo: "Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre." Por tanto, mi meditación en Él, incluso en medio de las ansiedades del servicio cristiano, será sumamente dulce.

Sí, amados, y es exactamente lo mismo cuando abordamos las ansiedades relativas a su propia condición espiritual. Yo supongo que las personas muy buenas, "perfectas," con las que nos topamos algunas veces, o que escuchamos de ellas, nunca experimentan ese estado que yo a veces experimento; pero yo creo que muchos de ustedes se sienten a veces abatidos y aturdidos acerca de su propio estado espiritual. Sin importar si los hombres se rían o no, yo afirmo que muchos hijos de Dios han tenido que decir a la par de John Newton:

"Es un punto que anhelo conocer,
A menudo me causa ansioso pensamiento,
¿Amo al Señor o no?
¿Soy Suyo, o no?"

Me aventuro a decir que, puesto que esta fue la pregunta que el propio Señor le hizo a Pedro, no es inapropiado que nos hagamos esa misma pregunta. Cuando la oscuridad vela los cielos, y el espíritu se hunde, y prevalece más un sentido de pecado que la experimentación de la gracia divina, entonces ciertamente hay amargura; el mejor endulzador de las aguas de Mara es pensar en Cristo: "Dulce será mi meditación en él." Un Salvador del pecador, ¡oh, cuán dulce es Él, para un pecador como yo! Un Salvador que, aunque no creamos como deberíamos, permanece fiel. Cuán amado Salvador es Él para un creyente a medias que tiene que clamar; "Creo; ayuda mi incredulidad."

Déjame darte un pequeño consejo: no pienses en ti, sino que piensa en tu Señor; o, si piensas en ti, por cada ojeada que des a tu yo, da el doble de tiempo a Cristo. Entonces tu meditación en Él será dulce.

Así, queridos amigos, mientras vivamos, y cuando lleguemos a la muerte, nuestra meditación en Él será dulce. No quisiera que ustedes teman la amargura de la muerte, ninguno de ustedes, si confían en Jesús. Dios tiene un maravilloso poder de fortalecer nuestras almas cuando nuestros cuerpos se debilitan y desfallecen. Estoy seguro que algunos de mis queridos amigos nunca antes se encontraron en condición parecida en toda su vida, como cuando han sido marcados de manera evidente para la muerte. El mensajero ha venido, y, como dice John Bunyan, ha traído una "señal" oportuna para advertir al espíritu que, en breve, aparecerá en medio de los seres brillantes a la diestra de Dios. Y he visto el espíritu de esas personas tímidas volverse extrañamente valeroso, y el espíritu de los que estaban llenos de dudas, volverse singularmente seguro, justo en ese momento. El Señor se ha manifestado de una manera inusualmente llena de gracia hacia ese pobre corazón que bate sus alas. Y justo cuando la paloma estaba a punto de alzarse en su último y largo vuelo, sus ojos se fortalecían para ver el lugar al que debía volar, y toda timidez había desaparecido. "Dulce será mi meditación en él."

Cuando esté en mi lecho de muerte, cuando mi corazón y mi carne desfallezcan, cuando no tenga otra cosa en qué pensar sino en mi Señor y en la condición eterna, entonces los pensamientos sobre Él subirán las compuertas del río de la bienaventuranza, y dejarán entrar en mi corazón el gozo del cielo, y estaré ansioso por alzar el vuelo y partir. No temeré los dolores, ni los gemidos, ni la refriega de la muerte, de todo lo cual se habla mucho; pero la dulzura de "mi meditación en él" me hará olvidar la amargura de la misma muerte.

Habré concluido cuando les haya compartido un pensamiento más. Nuestro texto podría ser leído así: "Dulce será mi meditación para él." Vamos a descubrir la mesa de la comunión en breve; no deberán pensar en otra cosa sino en el cuerpo y la sangre de Aquél por cuya muerte vivimos. Confío en que esa meditación será muy dulce para ustedes; pero este hecho debe ayudarnos a hacer la meditación de tal modo que sea "dulce para Él." Jesús Se agrada que ustedes lo amen, y Se agrada que ustedes piensen en Él. Sé lo que ustedes han dicho a veces; recuerdo que una mujer cristiana una vez me dijo: "señor, a menudo he deseado poder predicar. Con frecuencia he deseado haber sido un hombre para predicar constantemente el Evangelio." No me sorprende; más bien me admiraría en verdad que no fueran muchos los que dijeran: "yo quisiera ser un misionero," o, "quisiera ser una poetisa, como la señorita Havergal, y cantar dulcemente a Cristo." Tal vez no puedan hacer nada de eso; pero pueden meditar en Cristo, ¿no es cierto? Y su meditación en Él será dulce para Él. Él se deleitará en su deleite en Él.

"Oh, pero yo no soy nadie," dirá alguno; "no soy nada." Te digo inclusive a ti, que tu meditación en Cristo, aunque parezca que no es muy profunda, aunque no puedas coordinar muy bien tus pensamientos; la meditación de tu corazón que anhela meditar en su Señor, y apetece conocer más acerca de Él, es muy dulce para Él.

Vamos, ustedes que son padres y madres, ustedes saben lo que sucede con sus pequeñitos; y ¡especialmente con ese bebé que apenas comienza a hablar! No ha emitido sino sonidos sin sentido hasta ahora, pero ustedes respetan esos ruiditos, ¿no es cierto? Es una maravillosa conversación la que sostuvo ese niñito suyo; pero ¿por qué tienen en un alto concepto las pequeñas expresiones y los pensamientos de su hijito? ¿No es acaso debido a que él es su hijo, que ustedes valoran tanto sus palabras? Bien, entonces, ustedes pertenecen a Cristo, y debido a que Le pertenecen, Él acepta sus meditaciones porque Él los acepta, y Se deleita incluso en sus pobres pensamientos incoherentes. Él sabe que si pudieran cantar como los serafines, lo harían; si pudieran servirle como lo hacen los ángeles, lo harían. Bien, si no pueden hacer eso, al menos pueden meditar en Cristo, y su meditación en él será dulce para Él. ¡Oh, entonces, mediten mucho en Él, y que Dios los bendiga, por Su amado Hijo! Amén.

CABELLOS CONTADOS -- CH Spurgeon

"Pues aun vuestros cabellos están todos contados." -- Mateo 10: 30.

Es muy deleitable ver cuán familiarmente nuestro Señor Jesús hablaba con sus discípulos. Él era grandioso, y sin embargo, estaba entre ellos como el que servía; Él era muy sabio, pero era tierno como lo es una niñera con los niños a su cuidado; Él era muy santo, y muy por encima de las debilidades cargadas de pecado de ellos, pero condescendía con los hombres de baja condición; Él era su Dios y Señor, pero era también su amigo y su siervo. Él hablaba con ellos no como un superior dominante, sino como un hermano lleno de ternura y simpatía. Ustedes saben cuán dulcemente Él les dijo una vez: "si así no fuera, yo os lo hubiera dicho"; y así demostró que no les había ocultado nada que fuera provechoso para ellos. Les descubrió Su corazón totalmente: Su secreto estaba con ellos. Los amó con sumo amor, y encauzó el río pleno de Su vida para que fluyera en provecho de ellos.

Ahora, en este capítulo, si lo leen en casa, verán cuán sabiamente el Señor Jesús trata con sus temores. Él se preocupa para que ellos no tengan temor; está ansioso para que ellos no estén ansiosos; así que habla con ellos como un amigo muy tierno hablaría a una persona muy nerviosa (algún hermano o hermana de mente débil) y habla de tal manera que si ellos no hubiesen sido consolados, quiere decir con certeza que de manera voluntaria rechazaban el consuelo.

Él les dice: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. ¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos."

Hermanos, admiren la ternura de nuestro Señor Jesús, e imítenla. Tratemos de ser igualmente amables con nuestros hermanos en Cristo: nunca tratemos de presumir, ni de darnos importancia, ni de ostentar la fuerza de nuestra fe, pues eso agraviará a los tiernos pequeñitos, y los reducirá al auto-vituperio.

Consideremos su debilidad, y la ayuda que podamos brindarles; su aflicción, y el consuelo que podamos proporcionarles. Jesús mismo fue un Consolador, pues de lo contrario no hubiera podido hablar de "otro Consolador"; y así, seamos consoladores en nuestra medida, siguiendo Sus pasos.

Esto me recuerda, también, que debo mencionar cuán sencillas eran las conversaciones del Salvador con Sus discípulos, consecuentes con este deseo de confortar sus corazones. ¡He pensado a menudo que Él hablaba justo de la manera en que cualquiera de nosotros habla a nuestros hijos cuando deseamos alentarlos! No hay nada relativo al lenguaje del Salvador que te lleve a decir: "¡qué grandioso discurso! ¡Cuán buen orador es! ¡Qué bien habla! Si alguien te hace decir eso de Él, puedes sospechar que anda un poco perdido. Esa persona está olvidando el verdadero objeto de una mente amorosa, y está buscando ser un conferencista, y quiere impresionar a la gente con la idea que está diciendo algo verdaderamente maravilloso, y que lo está diciendo de manera grandilocuente.

El Salvador ignoraba toda idea de usar una expresión maravillosa cuando trataba de expresar el significado de la manera más sencilla posible. Él buscaba el camino más corto para alcanzar los corazones de quienes lo escuchaban, y no le importaba para nada si las flores crecían a la orilla del camino o no. Por esta razón no hay elocuencia como la elocuencia de Jesús: hay un estilo de majestuosa sencillez en Él que es totalmente propia, y en esto radica Su sublimidad inigualable.

De vez en cuando reviso citas de libros, y veo que los nombres de los autores están colocados al pie de las referencias. Pero cada vez que observo que el nombre de Cristo es colocado debajo de una cita, lo considero como algo superfluo que debería eliminarse; pues nunca hay el temor de confundir el lenguaje del Hijo de Dios con el de cualquiera de los hijos de los hombres. Él tiene Su propio estilo. Esto, sin embargo, es incidental al propósito que se tiene; pues Él no estudia el estilo de la retórica en ningún grado, sino simplemente tiene por objetivo transmitir Su pensamiento.

Por eso Él habla con palabras muy sencillas, tales como las de nuestro texto: "Pues aun vuestros cabellos están todos contados." Los hombres que son grandes y estudiosos no hablarían acerca de los cabellos de tu cabeza; todo su discurso es acerca de las nebulosas y de las estrellas, las eras geológicas y los fósiles, la evolución y la solidaridad de la raza, y no sé qué otras cosas más. Ellos no se inclinarían ante las cosas comunes; ellos deben decir algo grandioso, sublime, deslumbrante, brillante, lleno de fuegos artificiales. El Señor está tan lejos de todo esto como lo están los cielos del dosel más llamativo que jamás haya engalanado el trono de algún mortal. Él habla en lenguaje sencillo porque Él se siente en casa; El habla el lenguaje del corazón porque Él es todo corazón, y quiere alcanzar los corazones de aquellos que le escuchan. Les recomiendo este texto por esa razón, además de muchas otras. "Pues aun vuestros cabellos están todos contados."

Reflexionando sobre estas palabras, parecen contener cuatro elementos por lo menos, y podemos adoptar cuatro perspectivas de su significado: y la primera es predeterminación: "Pues aun vuestros cabellos (han sido, en la traducción propuesta por Spurgeon) están todos contados." Encontrarán que esa traducción es una versión más precisa del texto que la versión que tenemos ante nosotros. El verbo no está en presente, sino en el tiempo pluscuamperfecto. Aun vuestros cabellos han sido todos contados antes que los mundos fueran creados.

En segundo lugar, veo en el texto conocimiento. Esto es muy claro: Dios conoce a Su pueblo de tal manera que aun los cabellos de sus cabezas están todos contados por Él. En tercer lugar hay aquí valoración: Él estima de manera tan elevada a Sus propios siervos, que de ellos se dice: "aun vuestros cabellos están todos contados." Ustedes son tan preciosos que la más pequeña porción de ustedes es preciosa; el Rey conserva un registro de cada parte de ustedes, "Pues aun vuestros cabellos están contados." Y, por último, aquí hay de manera muy evidente preservación. El Salvador les ha estado diciendo que no teman a los que pueden matar el cuerpo, pero que son incapaces de destruir el alma. Él dice que Dios los preserva. En otro lugar les había dicho a Sus discípulos, "Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá," y Él quiere significar lo mismo en este caso; habrá una preservación perfecta de Su pueblo. "Pues aun vuestros cabellos están todos contados."

I. Vamos, pues, al primer punto. Aquí hay PREDETERMINACIÓN. "Pues aun vuestros cabellos están todos contados." La mayoría de los cristianos cree en la providencia de Dios, pero no todos los cristianos están preparados para seguir la verdad que implica. Ellos aparentan creer que hay una providencia que gobierna sobre todo, pero parecen haber olvidado que siempre hubo esa providencia, y que la providencia debe ser, después de todo, un asunto de predeterminación divina. Dios debe haber previsto, o de lo contrario no podría haber provisto, pues "providencia" es, después de todo, previsión; y la provisión que hace Dios no es sino el resultado de su visión anticipada de tal y tal cosa que es necesaria para nosotros. Ver anticipadamente debe pertenecer esencialmente a cualquier providencia verdadera y real.

¿Cuán lejos llega la visión anticipada de Dios? Nosotros creemos que se extiende al hombre entero y a todo lo relacionado a él. Dios ordenó desde tiempos antiguos cuándo deberíamos nacer, y dónde, y quiénes iban a ser nuestros padres, y cuál sería nuestra suerte en la infancia, y cuál iba a ser nuestro camino en la juventud, y cuál sería nuestra posición al llegar a la edad adulta. Desde el principio hasta el fin todo ha ocurrido de acuerdo al propósito divino, conforme fue ordenado por la voluntad divina.

No solamente el hombre, sino todo lo concerniente al hombre, es predeterminado por el Señor: "pues aun vuestros cabellos," es decir, todo lo que tenga que ver contigo, que entre en cualquier tipo de contacto contigo, y que sea en algún sentido parte y porción de ti, está bajo la previsión divina y la predestinación. Todo está en el propósito divino, y ha sido ordenado por la sabiduría divina: todos los eventos de tu vida, ciertamente los más grandes, pero con igual certeza también los más pequeños.

Es imposible dibujar una línea de separación en la providencia, y decir: esto está arreglado por la providencia, y esto no. La providencia debe abarcarlo todo, todo lo que ocurre; no solamente determina el movimiento de una estrella, sino que incluye al grano de polvo que es soplado por el viento del camino. Todo esto, por la propia naturaleza del tema, es claro. La providencia de Dios no sabe de cosas que son tan pequeñas como para estar más allá de su conocimiento, ni de cosas que son tan grandes como para estar más allá de su control. Nada es demasiado pequeño o demasiado grande para que Dios lo gobierne y lo domine.

Todo lo que un hombre experimenta es también ordenado desde el cielo; si los cabellos de tu cabeza se tornan blancos en una sola noche de aflicción, es porque ha habido un permiso divino. Si conservas la vida hasta que cada cabello constituya una parte de la corona de gloria de tu ancianidad, no llegarás a ser más viejo de lo que Dios quiera. No morirás antes de que te corresponda, ni vivirás más allá del límite establecido. Yo digo que todo lo que te concierne, de principio a fin, todo lo que sea de ti, y en ti, y alrededor de ti:

"Todo viene, y permanece, y termina,
Conforme le plazca a tu Amigo celestial."


"Pues aun vuestros cabellos están todos contados."

Y yo quiero llamar tu atención a esta pregunta: ¿cuál es la fuente de esta numeración? No quiere decir que todos estén contados por algún ángel registrador a quien se le ha asignado la tarea de contar. Eso puede ser, pero no es eso lo que debemos considerar hoy. Quien lleva la cuenta es vuestro Padre que está en el cielo. Las ordenanzas que gobiernan la vida de ustedes están es Su mano: a Él pertenecen los temas de la muerte; y esto la convierte en un hecho feliz. El destino es duro y cruel; pero la predestinación es paternal, y sabia, y amable. Las ruedas de la providencia siempre son altas y terribles; pero están llenas de ojos, y esos ojos ven con una clara visión de sabiduría, y justicia, y amor, y miran al bien de aquellos que aman a Dios, y que son los llamados de acuerdo a Su propósito.

Es cierto que es terrible pensar que las cosas son fijadas por un plan eterno; pero el terror desaparece cuando sentimos que somos hijos de este Padre grandioso, y que Él no quiere nada sino aquello que al fin va a lograr nuestra conformidad a la imagen de Su Hijo, y mostrar la gloria de Su propia justicia, y gracia, y verdad.

¡Querido amigo, tal vez tú estás ciego! Sentirás un dulce contento en la oscuridad cuando puedas decir: "Esta ceguera fue determinada por mi amante Padre tierno; yo sé que fue así, puesto que aun los cabellos de mi cabeza están todos contados." O puede ser que desde tu niñez has estado sometido a otra enfermedad física, que te ha costado mucho dolor y grandes limitaciones, y aún ahora amenaza con llevarte súbitamente a la tumba. Si esta cruz hubiera sido puesta sobre ti por un enemigo, te habrías quejado, pero ha sido ordenada para ti por Aquél que no puede ser injusto ni cruel; por tanto debes decir: "Jehová es; haga lo que bien le pareciere." Se nos ha enseñado que oremos, "Hágase tu voluntad." ¿Acaso vamos a contradecir nuestras propias oraciones dando coces contra esa voluntad?

Job glorificó a Dios, y sin embargo no dijo sino lo que tenía que decir cuando afirmó, "Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito." Siempre he admirado a Job porque atribuyó todas sus aflicciones al Señor; porque aparentemente fueron los sabeos los que tomaron los bueyes y las asnas; fueron los caldeos los que se llevaron sus camellos; fue un gran viento que vino del lado del desierto, levantado por el diablo, el que arrebató a sus hijos. A Job no le importan tanto los sabeos, ni los caldeos, ni los demonios, como para mencionarlos; pero él clama, mirando a la Primera Causa de todos los eventos, "Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito."

Cuando podemos alcanzar el fondo de las cosas visibles, y ver, no simplemente los títeres, sino también los hilos que los mueven, entonces nos acercamos a la sabiduría. Los seres malvados actúan de acuerdo a su propio libre albedrío, y por lo tanto todo el mal moral de sus acciones descansa plenamente y únicamente en ellos mismos; pero el Dios grandioso, misteriosamente, totalmente limpio de toda complicidad con el pecado humano, ejecuta Sus propios propósitos, que siempre son buenos y justos.

Él es quien del mal, real o supuesto, todavía produce bien, y mayor bien, y mayor bien, en progresión infinita. Yo digo que cuando llegamos a esta Primera Fuerza y fuente real de poder, entonces llegamos adonde aprendemos sabiduría, y recibimos ayuda en las luchas de la vida. Cuando vemos que todas las cosas son arregladas por Aquél que ordenó todas las cosas de conformidad al consejo de Su propia voluntad, entonces inclinamos nuestras cabezas y adoramos.

El resultado práctico de todo esto para el cristiano debe ser simplemente este, "Si esto es así, que todas las cosas en mi vida son ordenadas por Dios, inclusive los cabellos de mi cabeza, entonces debo aprender sumisión; voy a inclinarme ante la Voluntad Suprema que debe cumplirse siempre. Aunque me cueste una lágrima, y muchos dolores, sin embargo nunca voy a estar contento hasta que pueda decir, 'Padre, hágase tu voluntad.'"

La naturaleza humana nos impulsa a pedir que, si es posible, pase de nosotros esta amarga copa; pero la naturaleza divina, que Dios ha puesto en Sus verdaderos hijos, les ayuda a luchar todavía después de la plena sumisión, hasta que al fin se convierten en conquistadores de sí mismos, y Dios es glorificado en el templo de su ser.

Hermanos míos, estoy seguro que nuestra felicidad radica en gran medida en nuestra sumisión completa al Señor nuestro Dios. Si no puedes traer tu condición a tu mente, lleva tu mente a tu condición. El viejo proverbio nos invita a cortar nuestro traje de acuerdo a nuestra tela, y aquel que pueda cubrir su mente con los vestidos que la providencia le ha asignado, no necesita envidiar los trajes del alcalde de Londres.

El gozo está más en la mente que en el lugar o en la posesión. Quien tiene suficiente, aunque sólo sean unos cuantos pesos a la semana, tiene mucho más que un millonario. Quien está contento es verdaderamente un hombre rico; el que anda tras el dinero es siempre pobre, ¿cómo podría no serlo? Pobre en el peor sentido de la palabra. ¡Oh, es algo bendito que podamos pensar que todos los eventos de la providencia han sido ordenados por Dios: entonces podemos disolver nuestra propia voluntad en la dulzura de la voluntad de Dios, y nuestra tristeza llega a su fin!

Yo pienso que esto, además de enseñarnos sumisión, debería darnos un alto grado de consuelo en el tiempo de necesidad de tal forma que nos elevemos a algo parecido al gozo. Hoy estaba leyendo algo acerca del Sr. Dodd, que es una persona a quien los puritanos siempre estaban citando, un hombre que no escribió ningún libro, pero parece que dijo cosas con las que otras personas han hecho atractivos sus libros. Se dice que este viejo Sr. Dodd, tenía un gran problema, una queja de su cuerpo que no voy a mencionar, pero es una de las más dolorosas que un hombre puede sufrir; y cuando se le dijo que tenía esta enfermedad, y que era incurable, el anciano derramó unas cuantas lágrimas naturales a causa del dolor muy grande y agudo; pero al fin dijo: "esto me viene evidentemente de Dios, y Dios nunca me envió nada que no fuera bueno para mí, por tanto arrodillémonos juntos, y agradezcamos a Dios por esto." Ese anciano dijo algo muy bueno, e hizo muy bien en agradecer a Dios de todo corazón.

¡Oh sí, arrodillémonos juntos y agradezcamos a Dios por nuestro problema! ¿Acaso puede ser tuberculosis, o un niño moribundo, o una hacienda que no sostiene, o un negocio que va rumbo a la ruina? Creamos con firmeza que nuestro Dios nunca nos ha enviado nada que no fuera para nuestro bien; por tanto, arrodillémonos, y agradezcamos a Dios con todo nuestro corazón.

Si tu hijo viniera a ti, y te dijera: "padre, te agradezco por la vara; sé que ha sido por mi bien," sentirías que el tiempo de la corrección ha llegado a su fin. Evidentemente él no es tan torpe ni tan insensato como para que necesite un agudo despertar por medio del castigo. Él ve el mal involucrado en su desobediencia y la necesidad del castigo, y ahora se le puede permitir que aplique las lecciones que ha aprendido.

Cuando ustedes y yo comenzamos a familiarizarnos con la aflicción, y a agradecer a Dios por ella, está llegando a su fin. Yo personalmente creo que hay a menudo un período establecido para las aflicciones de los santos, y que ese período usualmente coincide con su aceptación perfecta. Cuando están contentos de recibir todas las cosas como Dios quiere, Dios estará contento con permitirles tener tanto como quieran. Cuando dos voluntades se juntan, nuestra voluntad y la voluntad de Dios, entonces encontraremos un dulce arroyo de plateada paz que fluye en dos vertientes por el resto de nuestras vidas.

Por tanto, concluyamos esto: si aun los cabellos de nuestra cabeza están todos contados, si verdaderamente todo es ordenado por el Altísimo en lo relativo a Su pueblo, gocémonos en lo que Dios da, y tomémoslo como venga, y alabemos Su nombre, ya sea que lo que nos toca sea duro o suave, amargo o dulce. Digamos con alegría: "Si Dios lo quiere así, nosotros también; si es un propósito de Dios, que así sea; puesto que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados." No me voy a hundir en el pantano de las dificultades que algunos de ustedes ven colocado en el camino; yo tropiezo en el fango con el ágil pie de la fe.

No voy a discutir cómo se puede demostrar que la predeterminación es consistente con la responsabilidad del hombre, y con el libre albedrío del hombre y con todo eso. Yo creo en la responsabilidad del hombre, y en el libre albedrío del hombre, tanto como creo en la predestinación. Yo creo en la responsabilidad del hombre tanto como ustedes, y creo en el libre albedrío del hombre tanto como cualquier ser viviente. ¿Cómo puedo creer en ambas doctrinas? Evidentemente yo puedo creer en ambas doctrinas, pues yo ciertamente creo en ambas. He aprendido esto: que el hombre cuyo credo es consistente en la opinión de otros, usualmente tiene un credo señalado por la pobreza y la insuficiencia; y la mayor parte de ese credo es más bien teoría que revelación.

Cuando llegas a encuadrar tu teología en un sistema, existe el peligro que actúes como un constructor que coloca entre las grandes piedras mezcla hecha por él mismo. Yo me contento con apilar las piedras no labradas, y no les pongo ningún cemento propio. No le voy a dar forma a la verdad, y mucho menos le voy a agregar algo. "Porque si alzares herramienta sobre él, lo profanarás." Quien acepta la verdad tal como la encuentra en el Libro inspirado tiene suficiente material, y todo ese material es sano.

Yo creo que todas las contradicciones de la Escritura son solamente aparentes. No puedo esperar entender los misterios de Dios, ni tampoco deseo hacerlo. Si yo entendiera a Dios, no podría ser al verdadero Dios. Una doctrina que yo no puedo entender, es una verdad que está destinada a agarrarme a mí. Cuando yo no puedo ascender, me arrodillo. Allí donde no puedo construir un observatorio, coloco un altar. Una gran piedra que yo no puedo levantar me sirve como un pilar sobre el cual derramo el aceite de gratitud, y adoro al Señor mi Dios.

¡Cuán ocioso es soñar que nuestro entendimiento corre en paralelo con el entendimiento del Dios infinito! Su conocimiento es demasiado maravilloso para nosotros; es tan elevado que no podemos alcanzarlo. ¿Han escuchado alguna vez la historia del muchacho curioso a quien se le había prohibido entrar al estudio de su padre? Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave: cualquier forma apropiada y segura de entrar estaba descartada. Pero él no podía estar contento hasta no haber satisfecho su curiosidad, y por lo tanto se subió por la ventana. Para horror de su padre, allá arriba en el segundo piso estaba su hijito, mirándolo desde arriba, y gritándole con orgullo infantil: "papá, puedo verte." ¡Qué posición tan peligrosa para el niño! Debe ser rescatado, y se le debe enseñar que no debe subirse allí de nuevo.

¿Imitaremos la insensatez de este niño? Hermanos míos, yo no lo intentaré. No quiero poner en peligro mi alma, ni tampoco mis poderes de razonar, esforzándome por entender lo que no se puede conocer. Siendo un pobre hijo como soy, prefiero amar a Dios y asombrarme de Él, en vez de mirarlo con percepciones frías e intelectuales, soñando que lo conozco plenamente. Yo le pido a Dios crecer en el conocimiento de aquello que el Señor ha revelado: y oro para pedir gracia para limitar mi curiosidad a los límites de Su revelación; ciertamente están sumamente lejos aun de las investigaciones más ambiciosas.

En cuanto a la dificultad frente a nosotros, yo no la entiendo; ¿y de qué me serviría si la entendiera? Yo sé que cualquier cosa que haga un hombre que está mal, la hace de conformidad a su libre albedrío; y yo creo que todo el pecado del mundo es causado por la elección voluntaria y censurable del trasgresor; pero yo sé que hay una comprensión de la previsión y de la predestinación tan amplia que todo está de acuerdo con la presciencia y la predestinación.

Que nuestro cabello crezca como quiera, o arranquémonos los cabellos como nos plazca, que nada interfiera con nuestra absoluta libertad en el asunto; y sin embargo los cabellos de nuestra cabeza están todos contados. Suficiente en cuanto a la presciencia.

II. Ahora, en segundo lugar, tenemos el CONOCIMIENTO: el íntimo conocimiento que Dios tiene de Su pueblo. "Pues aun vuestros cabellos están todos contados." Observen qué conocimiento tan pleno tiene Dios de cada uno de Sus hijos. Si no hubiera nadie más en el mundo, excepto tú, y Dios no tuviera nada más que hacer que pensar en ti, y no hubieran otros objetos para Su atención más allá de ti, y Su mente eterna no tuviera ningún tema que considerar sino únicamente tú, el Señor entonces no sabría más acerca de ti de lo que sabe ahora.

La omnisciencia de Dios está concentrada sobre cada ser, y sin embargo no está dividida por la multiplicidad de sus objetos; no se encuentra menos concentrada en un objeto en razón que hay muchos objetos. ¡Cuánto debería asombrarnos que el Señor nos conozca en este momento tan íntimamente como para tener contados cada uno de los cabellos de nuestra cabeza! El conocimiento que posee el Señor en relación a Su pueblo es tan minucioso, y toma en cuenta esos pequeños asuntos que los hombres valoran como menudencias indignas de considerarse. Él sabe lo que tú y yo difícilmente deseamos saber: Él sabe aquello que nosotros desconocemos y que no nos quita el sueño: "Pues aun vuestros cabellos están todos contados."

Él nos conoce mejor que cualquiera de nuestros amigos. Hay muchas personas que tienen un amable amigo que conoce sus asuntos con mucha precisión, pero aun un allegado tan familiar nunca ha contado los cabellos de sus cabezas. Ninguna esposa ha hecho eso, ningún doctor que tiene, por su larga relación con nosotros, un detallado conocimiento de la condición y de la salud de cada parte de nuestro cuerpo.

Dios nos conoce mejor de lo que nosotros nos conocemos a nosotros mismos. Nadie sabe cuántos cabellos hay en su propia cabeza; pero aun los cabellos de tu cabeza están todos contados por Aquél que nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Dios sabe cosas de nosotros que por nosotros mismos no podríamos descubrir. Hay secretos del corazón que son desconocidos aun para nosotros mismos, pero que no son un secreto para Él. Su penetrante conocimiento alcanza hasta las cosas más escondidas de la vida y del espíritu.

¿Acaso no concuerdan conmigo que un conocimiento tierno y encantador es revelado aquí cuando se nos dice que el Señor cuenta los propios cabellos de nuestras cabezas? ¿Acaso no revela cuánto piensa en ellos? Hay algunas personas que nos aman mucho, que siempre están buscando nuestro bien, pero Dios los sobrepasa a todos ellos en un mayor cuidado maternal hacia nosotros, un cuidado sorprendentemente minucioso. Vemos que Su amor es mayor que el amor de las mujeres, pues aun los cabellos de nuestra cabeza están todos contados; y eso en cada una de las etapas de nuestras vidas. ¿Acaso no implica esto un cuidado muy benévolo?

Cuando uno tiene a un hijo enfermo, y lo vigila día y noche, cada pequeño detalle en relación a él es conocido y registrado. Mi amor se ve un poco pálido hoy, o no tiene mucho apetito ahora; el síntoma es notado con ansiedad. Ustedes saben cuán fácilmente el amor puede degenerar en insensatez en esa dirección; pero sin ningún desatino, Dios es infinitamente cuidadoso y amable con nosotros, pues Él sabe cuando hemos perdido uno de los cabellos de nuestra cabeza.

Nosotros no podemos hacer que nuestro cabello se vuelva blanco o negro, pero Él sabe cuando nuestros cabellos se tornan blancos por el dolor o por la edad. Él entiende todo acerca de la pérdida de color de nuestro cabello, de cuando encanecemos, los pequeños detalles relativos a nuestro cuerpo, así como de las más diminutas circunstancias que atribulan nuestras almas.

Me parece (no sé cómo lo vean ustedes) que revela un conocimiento muy, muy, muy íntimo, tierno, y afectuoso de nosotros; y el hecho de que nuestro Señor nos mire así tan lleno de gracia, nos debería llenar de gozo.

Este conocimiento tierno y cuidadoso de parte de Dios es constante. Él conoce el número de los cabellos de nuestra cabeza hoy, mañana, y todos los días: Él vela sin cesar sobre todos los procesos que aun de la manera más insignificante afectan nuestras vidas. Tan íntimo es el conocimiento que tiene de nosotros, que cuando nos acostamos y cuando nos levantamos, nuestros pensamientos y nuestros caminos, todo está continuamente ante Él.

Y ¿qué debemos aprender de esto? ¿Acaso la vida no es convertida en un asunto muy solemne? ¿Quién se atreverá a tomar las cosas a la ligera cuando el Señor Dios está tan cerca? ¿Se dedican ustedes a la crianza de abejas? ¿Han sacado alguna vez la estructura interior de una colmena, sosteniéndola en alto para observar lo que están haciendo las abejas a ambos lados del panal? ¿O han contemplado a las abejas a través de una de esas interesantes capuchas que tienen un visor, que permite que toda la actividad pueda ser visible?

Las abejas escasamente se dan cuenta que las estás observando, ciertamente a ellas no les importa que las miren, pues son tan laboriosas que ya no podrían hacer nada más aunque tuvieran puestos sobre ellas todos los ojos del universo. ¡Qué clase de personas deberíamos ser, sabiendo que Dios nos está observando, y registrando cada movimiento de nuestro ser! ¡Qué cuidado deberíamos tener en cuanto a nuestro sentimiento, nuestro pensamiento, nuestra determinación, nuestros deseos, nuestras acciones, y nuestras conversaciones, cuando Dios lo sabe todo minuciosamente, aun el número de los cabellos de nuestra cabeza! ¡Qué perfecta consagración deberíamos mantener!

Si Dios me valora tanto a mí, si me conoce de esa manera que aun cuenta hasta los cabellos de mi cabeza, ¿no debería yo entregar todo mi ser a Dios aun hasta el más mínimo detalle? ¿Acaso no debería darle no solamente mi cabeza, sino mi cabello, como lo hizo aquella mujer penitente, quien soltó sus trenzas para poder hacer una toalla con ellas y así secar esos pies que había lavado con sus lágrimas? ¿No deberíamos consagrar a Dios las cosas más pequeñas así como las más grandes también? ¿No está escrito: "Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios"? "Y que no sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio:" y cuando se hizo el inventario, el Señor no dejó fuera del catálogo ni un solo cabello de tu cabeza.

Ciertamente Él no les ha dejado el cabello a ninguna de ustedes, mujeres cristianas, para que ustedes se gocen en su vanidad y orgullo; cada una de sus trenzas es del Señor. Él no les deja a ustedes, hombres, nada de su talento, de su mente, de su cuerpo; todo su ser es completamente de Él, y él lo tiene muy en cuenta, y espera que ustedes lo incluyan en su consagración práctica. Él observa lo que ustedes hacen con las cosas pequeñas: Él nota inclusive esos pequeños asuntos que parecen indignos de consideración para estar bajo alguna regla. Estamos bajo la ley de Cristo, y esa ley cubre al hombre completo.

¿Acaso nuestra fe en este conocimiento que el Señor tiene de nosotros, no debería ayudarnos en la oración? ¿Acaso algunos hermanos no oran como si estuvieran informando al Señor acerca de sí mismos? Creo que he escuchado algunos comentarios en ciertas oraciones que parecían implicar que Dios desconocía el Catecismo Menor; algunos amigos han ido tan lejos como explicar las doctrinas de la gracia como si el Señor no estuviera al tanto de ellas. He escuchado que otros oran como si Él no conociera la experiencia de los cristianos: como si hubieran tenido que explicarle a Él algunas de sus dudas y temores.

Cuando oramos no necesitamos explicar nada, pues el Señor sabe todo acerca de nosotros, incluyendo los cabellos de nuestra cabeza. Queridos amigos, nosotros no tenemos ninguna necesidad de explicar nuestras dificultades y perplejidades a nuestro Dios. "Vuestro Padre celestial sabe." Que éste sea el consuelo de ustedes. Él sabe qué cosas necesitamos antes que se las pidamos; ésta es una gran ayuda en la oración. Puede acortarse en gran manera la oración si van a Dios con la expresión de lo que desean, y argumentan Su promesa, y someten su espíritu a Su discreción divina. Al acortar la longitud de la oración, en esa medida se fortalece. No necesitan sentir temor, como si Dios no supiera, sino que deben ir dulcemente hacia Él, que sabe todo acerca de ustedes, y que no actuará sobre la información incompleta de ustedes, sino sobre Su propio conocimiento cierto.

Esta persuasión nos ayudará a sentir que el Señor nos liberará de todas las dificultades, pues El conoce el camino de salida de cada laberinto, Él percibe la respuesta para cada enigma. Si Él cuenta todos los cabellos de tu cabeza, puedes tener la certeza que Él tiene una gran discreción para cosas mayores, y es un piloto incomparable a través de las olas, y de las rocas, y de las arenas movedizas, que suavemente te conducirá en el camino, y te llevará al puerto deseado.

Hay tanto consuelo en esta doctrina del conocimiento infinito de Dios que yo quisiera que cada pobre pecador recordara que Dios lo sabe todo acerca de él, y por consiguiente Él puede tratar con todos sus pecados y temores. Si quieren misericordia, vengan al Señor de inmediato; Él conoce sus caminos, Él conoce su posición, Él conoce su corazón quebrantado, Él conoce sus luchas angustiosas, Él sabe lo que ustedes no pueden expresar. Todo el mal que han hecho y todo el bien que anhelan, Él lo percibe; pues "aun vuestros cabellos están todos contados."

III. Ahora, en tercer lugar, y de manera muy breve: ¿Acaso este texto no expresa VALORACIÓN? "Pues aun vuestros cabellos están todos contados." Parece, entonces, que los humildes santos son sumamente preciosos para el Señor. Todo el rebaño de Cristo en la tierra fue constituido por gente pobre; si poseían un bote y unas cuantas redes, era todo lo que valían. Si alguien hubiera visto a Cristo en Su pequeña iglesia en la tierra, habría dicho: "No hay ninguna persona respetable en medio de ellos." Así es como se habla ahora; como si fuera respetable tener dinero; como si el respeto no perteneciera al carácter, sino únicamente a las posesiones.

Sin embargo, Él escogió a esos doce hombres pobres, y los tenía en tan alta estima que contó todos los cabellos de sus cabezas. Por allá veo a un pobre anciano junto al pasillo, que lleva una chaqueta de pana; la chaqueta no es importante, pero aun los cabellos de su cabeza están todos contados. Por allá está también una pobre anciana que acaba de salir del asilo, y a ella le encanta escuchar el Evangelio; es una anciana tan pobre, que a nadie le gusta invitarla para que tome un asiento en la iglesia. Ella es uno de los santos de Cristo, y la santidad es una patente de nobleza.

Si vendieras una hacienda podrías contar los árboles, pero no las ramas ni las hojas; pero si vendieras una joyería, contarías todos los prendedores, y todos los anillos de diamante, porque en una joyería todo es precioso; ahora Dios considera todo lo relativo a Su pueblo como algo tan precioso que inclusive le da importancia a los cabellos de sus cabezas.

¡Cuán preciosos son los santos a los ojos del Señor! He estado tratando de hacer un cálculo: si los cabellos de sus cabezas valen tanto que Dios los cuenta, ¿cuánto valdrán sus cabezas? ¿Quién me responderá eso? Si sus cabezas valen tanto que el Señor Jesucristo murió para redimirlas, ¿quién podrá decir cuánto valen sus almas, o más bien qué es lo que no valen? Las almas valen más que todos los mundos colocados juntos.

Pregúntenle a una madre cuánto vale su hijo. "Señora, ¿cuánto aceptaría por su hijo?" Amigos míos, si ella lo vendiera por el precio que ella considerara una compensación justa, no podríamos juntar todos nosotros el dinero suficiente aunque pusiéramos todo lo que tenemos en un fondo común.

El Señor puso tal valor en Sus hijos que entregó a Su Hijo Jesucristo a la muerte para no perder a ninguno de ellos; y Jesús mismo eligió morir en la cruz para que ninguno de Sus pequeñitos pereciera. ¡Oh, el valor y naturaleza preciosa de un hijo de Dios! Los mundos no servirían de nada para servir de base de la valuación.

Valoremos al pueblo de Dios muy en alto, sintiendo como lo hacía el Salmista cuando dijo: "Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti. Para los santos que están en la tierra, y para los íntegros, es toda mi complacencia." Ustedes agradan a Jesús cuando le hacen el bien al más pequeñito de Sus hijos. Él considera como que se lo hicieron a Él mismo. Si son tan queridos para Él, deben ser muy queridos para ustedes; y, como algunos a quienes Cristo compró con Su sangre, todavía están perdidos:

"¡Oh, vamos y encontrémoslos!
En caminos de muerte ellos merodean."


Si los cabellos de sus cabezas están todos contados, ¿cuánto valdrán sus almas? Debemos sentir que todo lo que podamos hacer para salvar un alma de la muerte no es sino un trabajo barato comparado con la gema invaluable que buscamos. ¡Oh, ustedes, buzos, vengan y zambúllanse en el mar: las perlas que saquen les pagarán con creces todo su riesgo y esfuerzo! ¡Ustedes, cazadores de almas, vengan, no hay cacería como ésta! Cacen almas como los valerosos suizos cazan antes (venados) en las montañas, y que ninguna dificultad los intimide, pues "el que gana almas es sabio." No hay compra más provechosa que ésta, aunque ustedes deban entregar sus vidas para traer a los hombres a Cristo. ¡En cuánto valora Dios las almas de Su pueblo!

IV. Finalmente, aquí hay PRESERVACIÓN. Vean cuán cuidadosamente Dios preserva a Su propio pueblo, pues comienza por contar los cabellos de sus cabezas. Yo digo, y me baso en la Escritura para apoyar mi afirmación, que ningún miembro del pueblo de Dios sufrirá a la larga la más pequeña pérdida. "Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá," le dijo Cristo a Su pueblo creyente. Si yo fuera a perder un cabello de mi cabeza, no me daría cuenta. ¿Alguno de ustedes sí se daría cuenta? Pero Dios sí sabría si Sus siervos perdieran algún cabello de sus cabezas, y Él les promete una protección tan completa que ninguno de los cabellos de sus cabezas perecerá.

Recuerden ese otro texto, "El guarda todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado." Ahora, un cristiano puede fracturarse los huesos de su cuerpo, pero en un sentido real y espiritual él está libre de ese peligro, Dios lo guardará; ¡ay, lo guardará por toda la eternidad! "no quedará ni una pezuña," le dijo Moisés a Faraón, y ni un solo hueso, ni un fragmento de un hueso de los rescatados será cedido al dominio de la muerte y de la tumba.

Cuando suene la trompeta, toda la humanidad redimida despertará a la vida. Cuando Pedro salió de la prisión, el ángel lo tocó, y sus cadenas se rompieron, y él salió de la prisión, pero no la abandonó hasta no ponerse sus sandalias. Ni siquiera dejó algún par de zapatos para Herodes o sus carceleros. Lo mismo sucederá con los hijos de Dios al final: "de lechos de polvo y arcilla silenciosa," cuando suene la trompeta del ángel, se levantarán, y no dejarán atrás nada; no dejarán ninguna partícula esencial en la tumba. Resucitarán, cuerpo, alma y espíritu, completamente redimidos por el Señor. "Pues aun vuestros cabellos están todos contados."

Cristo conoce lo que ha comprado, y lo tendrá; Él tendrá lo que ha comprado, inclusive hasta el último átomo. No entraremos a la vida cojos, o mutilados, o con un solo ojo. Él preservará a Su pueblo en su totalidad, y lo presentará "sin mancha ni arruga ni cosa semejante."

Observen que, en la cercana vecindad del texto, leemos acerca de persecución. Amados hermanos, si viniera persecución no podría realmente hacerles daño. Los tres jóvenes hebreos, cuando salieron del fuego, no estaban quemados ni chamuscados; ni siquiera sus sombreros, ni sus narices, ni sus cabellos olían a fuego.

Cuando el pueblo de Dios sufre los fuegos de la persecución, no será perdedor; ellos irán en medio del fuego sin sufrir ningún daño; más aún, ganarán la palma y la corona de los mártires, que los harán gloriosos para siempre, a pesar de que mueran en las llamas. Por tanto, no le teman a nada. Nada les hará daño de ninguna manera; al final sus sufrimientos se convertirán en su enriquecimiento. Aunque ustedes no cuenten sus vidas como algo valioso, la sangre de ustedes será preciosa a Su vista.

Además de la persecución, ustedes pueden sufrir un accidente o una calamidad súbita. No tengan miedo nunca. Exhibir presencia de ánimo en un accidente representa la mitad de la batalla, por tanto el hijo de Dios debe estar calmado y con auto-control; pues aunque sufra en el cuerpo, su verdadero yo estará seguro. Ustedes serán colocados en peligros externos al igual que los demás, ya sea en tornados, o en naufragios, o sufriendo la peste del cólera, o en medio del fuego. Sin embargo, su verdadera vida está protegida de todo peligro por el pacto de gracia.

Por lo tanto, descansa en el Señor, pues estarás seguro aunque caigan a tu lado mil, y diez mil a tu diestra. Si pierdes, tu pérdida será transmutada en una ganancia real. La enfermedad, si llega enfermedad, obrará tu salud. Los hijos de Dios han sido madurados a menudo por la enfermedad. Son semejantes al higo, que no se vuelve dulce mientras no sea golpeado. Amós era recolector de higos silvestres (y los golpeaba) y la aflicción es el Amós de Dios para volvernos dulces. La madurez viene mediante la aflicción.

¡Ay!, dices, "he perdido a un querido amigo." Confía en Dios y por medio de la amistad divina el vacío de tu corazón será llenado con creces. ¿Has perdido a un hijo? El Señor será mejor para ti que diez hijos. Si tu padre y tu madre te son arrebatados, los encontrarás a ambos en Cristo, y dejarás de ser huérfano.

Esto dice la promesa: "No quitará el bien a los que andan en integridad." "No te desampararé, ni te dejaré." Confía en el Señor en cualquier peligro. Confía en Él en medio de aguas profundas, y también cuando estés en la costa. Cuando las olas estén agitadas, confía en tu Dios, así como también cuando el mar esté tranquilo como un espejo. Cuando el mar ruge y las montañas son sacudidas por las mareas altas, confía en Jehová sin la menor sombra de duda, pues, "aun vuestros cabellos están todos contados."

¿Por qué habías de temer? Tu barca lleva a Jesús con toda Su vida. Si te ahogas, Él no puede nadar, Él se hunde o nada contigo; pues así ha dicho Él: "Porque yo vivo, vosotros también viviréis." Si tu Señor vive, tú debes vivir. Por tanto, consuélense unos a otros con estas palabras, y vayan tranquilamente, pacientemente, alegremente, gozosamente por la vida, bajo la preservación divina, pues "aun vuestros cabellos están todos contados."

En cuanto a ustedes que no están en Cristo, siento por ustedes un gran dolor, porque ustedes no pueden participar del gozo de esta preservación. En cuanto a los justos, las estrellas en su curso luchan por ellos, y las bestias del campo han hecho pacto con ellos. Pero en cuanto a ti, la tierra gime al cargar el peso de tal pecador, y los elementos están impacientes para vengar la queja del Dios del pacto, destruyéndote.

Todas las cosas trabajan conjuntamente para traer sobre ti la justicia que tú mismo provocas. ¡Huye! ¡Huye! ¡Huye! No te queda sino un solo amigo: ¡huye a Él! Ese amigo, "el Amigo de los Pecadores," te implora que vengas a Él. Escúchalo cuando clama con los acentos más tiernos: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar." ¡Ven a Jesús; ven de inmediato, por causa de Su amor! Amén.