EL CORAZON NUEVO ( Ch Spurgeon )

El Corazón Nuevo

UN SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO
5 DE SEPTIEMBRE, 1858,
POR CHARLES HADDON SPURGEON,
EN MUSIC HALL, ROYAL SURREY GARDENS, LONDRES.

“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros;
y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra,
y os daré un corazón de carne.
Ezequiel 36:26.

He aquí un portento del amor divino. Cuando Dios hace a Sus criaturas,
lo que hace es bueno en gran manera. Si esas criaturas caen de la
condición en que las creó, el Señor permite, como regla, que soporten la
pena correspondiente a su transgresión, dejándolas que permanezcan en
el lugar al que cayeron. Pero Dios hace aquí una excepción. El hombre, el
hombre caído, creado puro y santo por su Hacedor, se rebeló voluntaria y
depravadamente en contra del Altísimo, y perdió su primer estado; pero,
he aquí, él experimenta una nueva creación por medio del poder del Espíritu
Santo de Dios. ¡Contemplen este prodigio y maravíllense! ¿Qué es
el hombre comparado con un ángel? ¿Acaso no es un ser pequeño e insignificante?
“Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que
abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones
eternas, para el juicio del gran día.” Dios no tuvo misericordia de
ellos; los hizo puros y santos, y debían permanecer así, pero como se rebelaron
voluntariamente, los abatió de sus resplandecientes asientos para
siempre; y sin hacerles ninguna promesa de misericordia, los encadenó
fuertemente con los grillos del destino, para que sufran en el tormento
eterno.
Pero, ¡asómbrense, oh cielos! El Dios que destruyó a los ángeles se inclina
desde Su altísimo trono en la gloria, para hablarle al hombre, Su
criatura, y le dice esto: “Ahora, tú has caído de mi gracia al igual que los
ángeles; te has descarriado gravemente, y te has apartado de mis caminos;
pero, he aquí, Yo voy a enmendar el daño hecho por tu propia mano.
No lo hago por ti, sino por amor de Mi nombre. Habiéndote creado una
vez, tú atrajiste la ruina sobre ti mismo, pero Yo te voy a crear otra vez.
Pondré Mis manos en la obra una segunda vez; una vez más, darás vueltas
en la rueda del alfarero, y Yo te haré a ti un vaso para honra, para
hacer notorias las riquezas de Mi gloria. Quitaré tu corazón de piedra, y
te daré un corazón de carne; te daré un corazón nuevo, y pondré espíritu
nuevo dentro de ti.” ¿Acaso no es un portento de la soberanía divina y de
la gracia infinita, que los poderosos ángeles fueran arrojados al fuego
eterno, y que Dios hiciera un pacto con el hombre, estableciendo que lo
renovará y lo restaurará?
Y ahora, mis queridos amigos, voy a procurar mostrar hoy, en primer
lugar, la necesidad de la grandiosa promesa contenida en mi texto, que
Dios nos dará un corazón nuevo y un nuevo espíritu; y después, me esforzaré
por mostrar la naturaleza de la grandiosa obra que Dios hace en el
alma, cuando cumple esta promesa; y finalmente, haré unos cuantos comentarios
personales para todos mis lectores.
I. En primer lugar, mi trabajo consiste en procurar mostrar LA NECESIDAD DE ESTA GRANDIOSA PROMESA. El cristiano que ha nacido de
nuevo y que ha sido iluminado, no necesita que se le enseñe esto; esta
demostración es más bien para la convicción del impío, y para el abatimiento
de nuestro orgullo carnal. Oh, que el día de hoy, el Espíritu lleno
de gracia nos enseñe nuestra depravación, y que seamos conducidos en
consecuencia a buscar el cumplimiento de esta misericordia, que es verdadera
y abundantemente necesaria, si vamos ser salvados.
Ustedes notarán que, en mi texto, Dios no nos promete que mejorará
nuestra naturaleza, o que pondrá un remiendo en nuestros quebrantados
corazones. No, la promesa es que nos dará nuevos corazones y espíritus
rectos. La naturaleza es demasiado depravada para ser remendada.
No se trata de una casa que necesita de unas cuantas reparaciones por
alguna teja caída del techo por aquí o por allá, o por un pedazo de yeso
caído del cielo raso. No, la casa está podrida por completo, y los propios
cimientos han sido socavados. No hay un solo trozo de madera que no
esté carcomido por el comején, desde el techo más alto hasta su más
profundo cimiento. Toda la casa se encuentra en mal estado, hay podredumbre
por doquier y está a punto de desplomarse.
Dios no intenta repararla. Él no apuntala las paredes ni repinta su
puerta. No la adorna ni la embellece, sino que decide que la vieja casa
debe ser arrasada, y que construirá una casa nueva. Está demasiado
destruida, repito, para ser reparada. Si sólo requiriese de unas cuantas
reparaciones, podrían hacerse. Si únicamente una o dos ruedas de ese
grandioso ente llamado “naturaleza humana” estuvieran descompuestas,
entonces su Autor podría componerlas. Podría reemplazar los dientes rotos
de la rueda, o sustituir toda la rueda, y la máquina quedaría como
nueva. Pero no, toda ella es irreparable. No hay una sola palanca que no
esté rota; ningún eje que no esté torcido; y ni una sola rueda que pueda
mover a las demás. Toda la cabeza está enferma y todo el corazón desfalleciente.
Desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza, por todas
partes, se encuentran heridas y magulladuras y llagas putrefactas.
Por lo tanto, el Señor no intenta la reparación de estos seres, sino que les
dice: “Les daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros;
y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra. No intentaré hablan Sermón
darlo. Dejaré que siga siendo tan duro como siempre ha sido, pero lo quitaré,
y les daré un corazón nuevo, y será un corazón de carne.”
Ahora, voy a esforzarme para demostrar que Dios es reconocido justo
en esto, y que hay una abrumadora necesidad de que lo haga así. Pues,
en primer lugar, si ustedes consideran lo que ha sido la naturaleza
humana, y lo que es, no les tomará mucho tiempo concluir: “Ah, en verdad
es un caso desahuciado.”
Entonces, consideren por un momento cuán depravada es la naturaleza
humana, recordando cuán mal ha tratado a su Dios. William Huntingdon
dice en su autobiografía, que una de las sensaciones más agudas
de dolor que sintió después de que fue revivido por la gracia divina
fue que: “sintió mucha ‘conmiseración’ por Dios.” No creo haber encontrado
una descripción igual en ninguna otra parte, pero es muy expresiva.
Aunque yo preferiría usar la palabra ‘empatía’ para con Dios y dolor
por el mal trato que ha recibido. Ah, amigos míos, hay muchas personas
que son olvidadas, que son despreciadas, que son pisoteadas por sus
semejantes, pero nunca hubo un hombre que fuera tan despreciado como
el Dios eterno lo ha sido. Muchos hombres han sido calumniados e
insultados, pero nunca nadie fue tan insultado como Dios lo ha sido.
Muchos han sido tratados cruel e ingratamente, pero nunca nadie fue
tratado como nuestro Señor ha sido tratado. Recordemos nuestra vida
pasada: ¡cuán ingratos hemos sido con Él! Como Él nos dio el ser, la
primera expresión de nuestros labios debió ser una palabra de alabanza.
Y mientras estemos aquí, es nuestro deber cantar perpetuamente a Su
gloria. Pero en vez de eso, desde nuestro nacimiento hemos hablado falsedad,
mentira e impiedad; y desde entonces hemos venido haciendo lo
mismo. Nunca hemos reconocido Sus misericordias llevando a Su pecho
gratitud y agradecimiento. Sus beneficios se quedan en el olvido, sin que
reciban ningún aleluya de reconocimiento por causa de nuestra desidia
para con el Altísimo, que nos persuade que se ha olvidado enteramente
de nosotros, por lo que también procuramos olvidarlo a Él. Tan pocas veces
pensamos en Él, que uno podría imaginar que no nos ha dado nunca
un motivo para pensar en Él. Addison dijo—
“Cuando todas Tus misericordias, oh mi Dios,
Son inspeccionadas por mi alma resucitada,
Arrobado en esa visión, quedo absorto
En el asombro, en el amor, y en la alabanza.”
Pero creo que si miramos nuestro pasado con el ojo de la penitencia,
quedaremos sumidos en el asombro, en la vergüenza, y el dolor, pues
nuestro clamor será: “¿Cómo pude haber maltratado a un amigo tan
bueno? He tenido un benefactor lleno de gracia, y he sido muy malagradecido
con Él. He tenido un Padre muy devoto, pero nunca le he dado un
abrazo. ¿Cómo es posible que no le haya dado un beso en señal de mi
gratitud afectuosa? ¿Cómo es posible que no haya estudiado la forma de
hacerle saber que estaba consciente de Su bondad, y que sentía en mi
pecho un agradecido reconocimiento por Su amor?”
Peor aún, no solamente hemos sido olvidadizos en cuanto a Él, sino
que nos hemos rebelado en Su contra. Hemos arremetido contra el Altísimo.
Odiamos cualquier cosa relacionada con Dios. Hemos despreciado
a Su pueblo. Lo hemos llamado mojigato, hipócrita y metodista. Hemos
menospreciado Su día de reposo. Él lo apartó para nuestro bien, y tomamos
ese día para dedicarlo a nuestro propio placer y a nuestras propias
actividades, en vez de consagrarlo a Él. Él nos dio un Libro en señal
de amor, y quiere que lo leamos, pues está lleno de amor a nosotros; pero
lo hemos mantenido cerrado permanentemente, de tal forma que hasta
las arañas han tejido sus nidos en sus hojas. Él abrió una casa de oración
y nos ha ordenado que asistamos, pues allí Él se encontraría con
nosotros y hablaría con nosotros desde el propiciatorio. Pero a menudo
hemos preferido el teatro a la casa de Dios, y preferimos escuchar cualquier
otro sonido a la voz que nos habla desde el cielo.
Ah, amigos míos, repito que nunca ha habido un hombre, inclusive
entre los peores hombres, que haya sido tan maltratado por Sus compañeros,
como Dios ha sido maltratado por el hombre, y sin embargo,
mientras los hombres le maltratan, Él ha continuado bendiciéndoles. Él
sopla en su nariz aliento de vida, incluso cuando el hombre está maldiciéndole.
Él le da su alimento, mientras el hombre gasta el vigor de su
cuerpo en una guerra en contra del Altísimo. Y en el propio día de guardar,
cuando quebranta Su mandamiento y gasta el día en sus propias
lascivias, es Él quien da luz a nuestros ojos, aire a nuestros pulmones, y
fortaleza a nuestros nervios y músculos. Él los ha estado bendiciendo incluso
cuando ustedes le han estado maldiciendo. ¡Oh, es una gran misericordia
que Él sea Dios y no cambie, pues de lo contrario, nosotros,
hijos de Jacob, habríamos sido consumidos desde hace mucho tiempo, y
con toda justicia!
Pueden imaginar, si quieren, a una pobre criatura agonizando en una
zanja. Yo espero que esto no ocurra en nuestro país, pero tal cosa podría
ocurrir de la misma manera que un hombre que había sido rico, súbitamente
se volvió pobre, y todos sus amigos le abandonaron. Él les pidió
pan pero nadie quiso ayudarle, hasta que por fin, sin ningún harapo que
le cubriera, su pobre cuerpo perdió su vida en una zanja. Esto, creo yo,
es el colmo de la desidia humana para con sus semejantes; pero Jesucristo,
el Hijo de Dios, fue tratado peor que esto. Habría sido mil veces
más caritativo para Él, si le hubieran dejado morir abandonado en una
zanja; pero eso habría sido demasiado bueno para la naturaleza humana.
Él debía conocer lo peor, y por eso Dios permitió que la naturaleza
humana tomara a Cristo y lo clavara en el madero. Él permitió que la naturaleza
humana estuviera frente a Él y se burlara de Su sed y le ofreciera
vinagre, y le vituperara y le escarneciera en el colmo de Sus agonías.
Permitió a la naturaleza humana que lo convirtiera en su burla y su desprecio,
y que se quedara mirando con ojos lascivos y crueles Su cuerpo
desguarnecido y desnudo.
¡Oh, qué vergüenza para la humanidad! Nunca criatura alguna pudo
haber sido peor que el hombre. Las mismas bestias son mejores que el
hombre, pues el hombre tiene todos los peores atributos de las bestias,
pero carece de sus mejores atributos. Tiene toda la fiereza del león pero
no tiene su nobleza; tiene la terquedad del asno, sin su paciencia; tiene
toda la gula voraz del lobo, sin su sabiduría que le conduce a evitar la
trampa. Es un buitre rapaz, pero nunca se queda satisfecho. Es asimismo
una serpiente con veneno de áspides bajo su lengua, pero que escupe
su veneno tanto a corta como a larga distancia. Ah, si piensan en la naturaleza
humana en cuanto a sus actos hacia Dios, dirán que es demasiado
mala para ser corregida, y debe ser hecha completamente nueva.
Además, hay otro aspecto en el que podemos ver la pecaminosidad de
la naturaleza humana: su orgullo. Esa es la peor característica del hombre:
que sea tan orgulloso. Amados, el orgullo está entrelazado en toda la
trama y la urdimbre de nuestra naturaleza, y sólo podremos deshacernos
de él, cuando estemos envueltos en nuestra mortaja. Es sorprendente
que cuando oramos y procuramos usar expresiones de humildad, el orgullo
nos traiciona. Hace muy poco tiempo, estando de rodillas, me descubrí
usando expresiones como esta: “oh, Señor, me duelo delante de Ti
por haber sido alguna vez tan gran pecador como he sido. Oh, que me
haya rebelado y sublevado como lo he hecho.” Aquí hay orgullo, pues,
¿quién soy yo? ¿Qué había de sorprendente en ello? Yo debía saber que
era tan pecador que no era sorprendente que me descarriara. Lo sorprendente
es que no haya sido peor, y en eso el crédito es de Dios, no
mío. Así que cuando tratamos de ser humildes, podemos estar apresurándonos
insensatamente a los brazos del orgullo. ¡Qué cosa tan extraña
es ver a un ser depravado, pecador y culpable, que esté orgulloso de su
moralidad! Y sin embargo eso es algo que podemos ver cada día. El hombre,
cuando es un enemigo de Dios, está orgulloso de su honestidad,
aunque le esté robando a Dios; está orgulloso de su castidad, y sin embargo,
si conociera sus propios pensamientos, descubriría que están llenos
de lascivia e inmundicia; está orgulloso del elogio de sus semejantes,
cuando él mismo sabe que tiene el remordimiento de su propia conciencia
y la reconvención del Dios Todopoderoso. Pensar que un hombre
pueda ser orgulloso cuando no tiene ningún motivo para ser orgulloso, es
extraño y extravagante. Una masa de barro, viva, animada, manchada e
inmunda, un infierno viviente, y sin embargo orgullosa de sí misma. ¡Yo,
un hijo depravado de aquel que robó en el antiguo huerto de su Señor, y
que se descarrió y que no quiso obedecer; de uno que cambió todas sus
posesiones por el soborno despreciable de una manzana, y sin embargo,
que esté orgulloso de mi linaje! ¡Yo, que vivo de la caridad diaria recibida
de Dios, que esté orgulloso de mi riqueza, aunque no tenga ni un centavo
con el que bendecirme a mí mismo, a menos que Dios decida dármelo!
¡Yo, que vine desnudo a este mundo, y debo salir desnudo de él! ¡Yo, orgulloso
de mis riquezas, qué cosa tan extraña! ¡Yo, un pollino de asno
montés, un insensato que no sabe nada, que esté orgulloso de mis conocimientos!
Oh, qué cosa tan extraña, que un necio llamado hombre, se
nombre a sí mismo doctor, y se convierta a sí mismo en maestro de todas
las artes, cuando no lo es de ninguna, y se vuelve más necio cuando
piensa que su sabiduría ha alcanzado la cima. Y, oh, lo más extraño de
todo, que el hombre que tiene un corazón engañoso, lleno de todo tipo de
concupiscencias perversas, y de adulterio, y de idolatría, y de lujuria,
presuma ser un individuo de buen corazón, y se precie de contar al menos
con buenos puntos que merecen la veneración de sus semejantes, si
no es que merecen también alguna consideración del Altísimo. Ah, naturaleza
humana, esta es, entonces, tu propia condenación, porque eres
insensatamente orgullosa, cuando no tienes por qué ser orgullosa. Escribe
‘Icabod’ sobre ella. Traspasada es la gloria de la naturaleza humana
para siempre. Que sea quitada, y que Dios nos dé algo nuevo pues lo viejo
no puede ser compuesto. La naturaleza humana es irremediablemente
insensata, decrépita e inmunda.
Además, es muy cierto que la naturaleza humana no puede ser mejorada,
pues muchos lo han intentado, pero siempre han fracasado. Quien
trata de mejorar la naturaleza humana es como el que procura cambiar
la posición de una veleta, girándola hacia el este cuando el viento sopla
en dirección oeste; basta que quite su mano, y la veleta retoma su lugar.
Así he visto a muchos que tratan de controlar a su naturaleza: él es un
hombre de mal carácter, y está tratando de controlarlo un poco y lo logra,
pero vuelve a manifestarse el mal carácter, y si no se desahoga en el
instante, y si las chispas no vuelan por todos lados, quemará sus huesos
por dentro hasta ponerlos incandescentes con el calor de la malicia, y
permanecerá dentro de su corazón un residuo de cenizas de venganza.
He conocido a algunos hombres que procuran hacerse religiosos, y al intentarlo
lo único que logran es crear una monstruosidad, pues sus piernas
son desiguales, y caminan cojeando en el servicio de Dios; son criaturas
deformes y torpes, y cualquiera que les mire descubrirá pronto las
inconsistencias de su profesión. ¡Oh!, afirmamos que en vano ese hombre
tratará de aparentar ser blanco, como es imposible que el etíope mude
su piel para que sea blanca aplicándole cosméticos, y en vano trataría
el leopardo de mudar sus manchas. Igualmente es imposible que este
hombre imagine que puede ocultar la depravación de su naturaleza por
medio de algunos esfuerzos religiosos.
Ah, yo procuré mejorarme a mí mismo durante mucho tiempo, sin obtener
buenos resultados; cuando comencé a intentarlo, descubrí que tenía
dentro de mí a un demonio, y luego, cuando dejé de intentarlo, tenía
a diez demonios. En vez de volverme mejor, me volví peor: ya tenía al
diablo de la justicia propia, de la confianza en mí mismo, del orgullo, y
muchos otros que vinieron y me convirtieron en su hogar. Mientras estaba
ocupado barriendo mi casa y arreglándola, he aquí que el diablo del
que buscaba deshacerme y que se había ido por una corta temporada,
volvió y trajo consigo otros siete espíritus más perversos que él, y entraron
y habitaron en mí. Ah, pueden intentar reformarse, queridos amigos,
pero descubrirán que no podrán lograrlo, y recuerden que aunque pudieran,
no sería la obra que Dios requiere. Él no acepta la reforma. Él quiere
una regeneración. Él quiere un corazón nuevo, y no un corazón que sólo
haya tenido una pequeña mejoría.
Pero, además, ustedes percibirán con facilidad que debemos recibir un
corazón nuevo, cuando consideren cuáles son las ocupaciones y gozos de
la religión cristiana. La naturaleza que se alimenta de la basura del pecado,
y que devora la carroña de la iniquidad, no puede ser la naturaleza
que canta las alabanzas a Dios y que se regocija en Su santo nombre.
¿Acaso esperan que aquel cuervo que se alimenta de la comida más repugnante,
tendrá toda la buena índole de la paloma, y que podrá jugar
con la muchacha en su aposento? No, a menos que conviertan al cuervo
en paloma, pues mientras siga siendo un cuervo, sus viejas inclinaciones
permanecerán en él y será incapaz de hacer algo por encima de su naturaleza
de cuervo. Ustedes han visto al buitre atracarse con la carne más
podrida hasta quedar harto, y, ¿acaso esperan ver luego al buitre, posado
en el ramaje, cantando las alabanzas de Dios con su torpe chillido y
con el graznido de su garganta? Y, ¿acaso imaginan que le verán alimentándose
de grano limpio, como cualquier ave de corral, a menos que su
carácter y su disposición cambien enteramente? Imposible. ¿Pueden
imaginar que el león se eche junto al buey, o que coma paja como el novillo,
mientras siga siendo un león? Podrán vestir al león con una piel de
oveja, pero no lo convertirán en oveja a menos que lo despojen de su naturaleza
de león. Pueden tratar de hacer mejor al león tanto como quieran.
El mismo Van Amburgh, si hubiera logrado mejorar a su leones durante
mil años, no habría podido convertirlos en ovejas. Y podrán tratar
de cambiar al cuervo o al buitre tanto como quieran, pero no podrán
convertirlos en paloma: debe haber un cambio total de carácter. Me preguntarán,
entonces, ¿es posible que un hombre que ha cantado las canciones
lascivas del borracho, y ha manchado su cuerpo con inmundicia,
y ha maldecido a Dios, cante sentidas alabanzas al Dios del cielo, igual
que la persona que ha amado los caminos de pureza y de comunión con
Cristo? Respondo, no, nunca, a menos que su naturaleza sea cambiada
enteramente. Pues si su naturaleza sigue siendo lo que es, no importa
cuánto intente cambiarla, no obtendrá ningún resultado positivo. En
tanto que su corazón sea lo que es, nunca podrá gozar de los elevados
deleites de la naturaleza espiritual del hijo de Dios. Por tanto, amados,
ciertamente debe implantarse en nosotros una nueva naturaleza.
Voy a agregar algo más, para concluir con este punto. Dios aborrece la
naturaleza depravada, y por tanto, debe ser quitada, antes de que podamos
ser aceptos en Él. Dios no odia tanto nuestro pecado como odia
nuestra pecaminosidad. No es el desbordamiento de la fuente, es el pozo
mismo. No es la flecha arrojada por el arco de nuestra depravación; es el
propio brazo que sostiene el arco del pecado, y el motivo que dispara la
flecha contra Dios. El Señor está airado no sólo contra nuestros actos
manifiestos, sino contra la naturaleza que dicta esos actos. Dios no es
miope y no sólo mira la superficie: Él mira el origen y la fuente. Él dice:
“En vano será que traten de alcanzar buenos frutos si el árbol sigue
siendo malo. En vano será que procuren limpiar el agua, en tanto que la
fuente misma permanezca contaminada.” Dios está airado con el corazón
del hombre. Él odia la naturaleza depravada del hombre, y la quitará y la
limpiará a fondo antes de que admita al hombre a la comunión con Él, a
la dulce comunión del Paraíso. Hay por tanto, una necesidad de una naturaleza
nueva, y debemos recibirla, pues, de lo contrario, nunca podremos
ver Su rostro con aceptación.
II. Y ahora, tendré la gozosa responsabilidad de mostrarles, en segundo lugar, LA NATURALEZA DE ESTE GRAN CAMBIO QUE EL ESPÍRITU SANTO OBRA EN NOSOTROS.
Y doy inicio haciendo la observación que es una obra divina de principio
a fin. Dar al hombre un corazón nuevo y un nuevo espíritu es obra de
Dios, y únicamente de Dios. El arminianismo se desploma cuando llegamos
a este punto. Nada funciona aquí, excepto la vieja verdad que los
hombres llaman calvinismo. “La salvación es sólo de Jehová;” esta verdad
soporta la prueba de las edades y no podrá ser conmovida nunca, porque
es la verdad inmutable del Dios vivo. Y a lo largo de todo el camino de la
salvación tenemos que aprender esta verdad, pero especialmente cuando
nos encontramos aquí, en este punto particular e indispensable de la
salvación: la implantación de un nuevo corazón en nosotros. Esa debe
ser la obra de Dios; el hombre tal vez pueda reformarse a sí mismo, pero
¿cómo se puede dar a sí mismo un nuevo corazón? No necesito abundar
en este pensamiento, pues comprenderán al instante, que la misma naturaleza
del cambio, y los términos en que ese cambio es mencionado
aquí, lo ponen fuera del alcance del hombre. ¿Cómo puede el hombre
ponerse un nuevo corazón, ya que siendo el corazón el poder motor de
toda la vida, debe ejercitarse a sí mismo antes de que pueda hacer alguna
otra cosa? Pero ¿cómo pueden los esfuerzos de un viejo corazón producir
un nuevo corazón? ¿Pueden imaginar por un momento un árbol
con un corazón podrido, que por su propia energía vital, se dé un joven
corazón nuevo? No se puede suponer tal cosa. Si su corazón estuviera
bien originalmente, y los defectos estuvieran localizados en alguna rama
del árbol, pueden concebir que el árbol, por medio del poder vital de la
savia dentro de su corazón, rectifique el problema. Sabemos de algún tipo
de insectos que pierden sus miembros, y por su poder vital son capaces
de recuperarlos de nuevo. Pero quiten el asiento del poder vital: el corazón;
y, ¿qué poder hay que pueda, con alguna posibilidad, rectificarlo,
a menos que sea un poder externo, de hecho, un poder de lo alto?
Oh, amados, todavía no ha existido el hombre que haya avanzado ni
un ápice en el camino de producir un nuevo corazón. El hombre debe
permanecer pasivo en este proceso (posteriormente se volverá activo), pero
en el momento en que Dios pone una nueva vida en el alma, el hombre
es un sujeto pasivo: y si acaso hay alguna actividad, es una resistencia
activa en Su contra, hasta que Dios, por medio de una gracia victoriosa
e irresistible, ejerce el señorío sobre la voluntad del hombre.
Además, este es un cambio inmerecido. Cuando Dios pone un nuevo
corazón en el hombre, no es porque el hombre merezca un nuevo corazón.
No es porque haya algo bueno en su naturaleza por lo que Dios le da
un nuevo espíritu. El Señor simplemente le da al hombre un corazón
nuevo porque así le agrada; esa es Su única razón. “Pero,” podrías comentar,
“supón que un hombre clame por un corazón nuevo.” Yo respondo,
nadie clamó alguna vez por un corazón nuevo antes de recibirlo,
pues el clamor por un corazón nuevo demuestra que ya hay un nuevo
corazón. Pero, dirá alguien, “¿no debemos buscar un espíritu recto?” Sí,
yo sé que es tu deber buscarlo, pero igualmente sé que es un deber que
no cumplirás nunca. Se les ordena que tengan nuevos corazones, pero yo
sé que no los tendrán nunca, a menos que Dios se los dé. Tan pronto
como empiezan a buscar un nuevo corazón, hay una evidencia presuntiva
que el nuevo corazón ya está allí, en germen, pues no habría podido
germinar esta oración, a menos que las semillas no estuvieran antes allí.
“Pero,” dirá uno, “supón que el hombre no tiene un nuevo corazón, pero
que sinceramente lo buscara, ¿lo recibiría?” No debes hacer suposiciones
imposibles; en tanto que el corazón del hombre sea depravado y
vil, no hará nunca tal cosa. Por tanto, no puedo decirte qué pasaría si
hiciera lo que no hará nunca. No puedo responder a tus suposiciones; y
si tú supones una dificultad, debes suponer también su solución. Pero el
hecho es que nadie buscó jamás un corazón nuevo, ni lo buscará jamás,
o un espíritu recto, hasta que, en primer lugar, la gracia de Dios comience
a obrar en él. Si hay algún cristiano aquí, que dio el primer paso para
acercase a Dios, que lo proclame al mundo; nos enteraríamos por primera
vez que ha habido un hombre que de antemano se acercó a su Hacedor.
Pero yo nunca me he encontrado con un caso así; todo el pueblo
cristiano declara que Dios comenzó la obra, y todos ellos cantarán—
“Fue el mismo amor que preparó el festín,
El que dulcemente me forzó a entrar,
Pues yo me habría resistido a probar,
Y habría perecido en mi pecado.”
Es un cambio por gracia, gratuitamente dado sin ningún mérito por parte
de la criatura, sin ningún deseo anticipado, ni buena voluntad precedente.
Dios lo hace porque así le agrada, y no de conformidad a la voluntad
del hombre.
Además, es un esfuerzo victorioso de la gracia divina. Cuando Dios
comienza la obra de cambiar el corazón, encuentra al hombre totalmente
en contra de esa obra. El hombre por naturaleza da coces contra Dios y
se resiste, porque no quiere ser salvado. Yo confieso que nunca habría
sido salvado, si hubiera podido evitarlo. En tanto que pude, me rebelé y
me sublevé y resistí a Dios. Cuando Él quería que orara, yo no oraba;
cuando Él quería que escuchara la voz del ministerio, yo no quería
hacerlo. Y cuando oía la predicación, y una lágrima rodaba por mis mejillas,
yo la enjugaba y le desafiaba a que ablandara mi corazón. Cuando
mi corazón había sido tocado un poco, yo procuraba distraerlo con placeres
pecaminosos. Y cuando eso no bastaba, intentaba la justicia propia,
y no quería ser salvado, hasta que fui cercado, y entonces Él me dio el
golpe irresistible de la gracia, y no hubo forma de vencer ese vigor irresistible
de Su gracia. Conquistó mi voluntad depravada, y me hizo encorvarme
delante del cetro de Su gracia. Y lo mismo sucede en cada caso. El
hombre se rebela en contra de su Hacedor y Salvador; pero donde el Señor
determina salvar, salvará. Dios recibirá al pecador, si decide recibirlo.
Ninguno de los propósitos de Dios ha sido frustrado jamás. El hombre
procura resistir con todo su poder, pero todo el poder del hombre, aunque
es tremendo para pecar, no es rival para el poder majestuoso del Altísimo,
cuando pasea en el carruaje de Su salvación. Él, en efecto, salva
irresistiblemente y conquista victoriosamente el corazón del hombre.
Y, además, este cambio es instantáneo. La santificación de un hombre
es obra de toda la vida, pero dar al hombre un corazón nuevo es obra de
un instante. En un solitario segundo, más ligero que un relámpago, Dios
pone un corazón nuevo en un hombre, y lo convierte en una nueva criatura
en Cristo Jesús. Puedes estar sentado en la banca donde estás ahora,
siendo enemigo de Dios, albergando un corazón perverso dentro de ti,
duro como una piedra, y muerto y frío; pero si el Señor así lo quiere, la
chispa de la vida caerá en tu alma, y en ese momento comenzarás a temblar:
comenzarás a sentir; confesarás tu pecado, y acudirás a Cristo en
busca de misericordia. Otras partes de la salvación son completadas
gradualmente; pero la regeneración es una obra instantánea de la gracia
soberana, eficaz e irresistible de Dios.
III. Ahora, nosotros tenemos en este tema un grandioso campo de esperanza
y de aliento para los pecadores más viles. Queridos lectores,
permítanme dirigirme a ustedes muy afectuosamente. Hay algunos de
ustedes que están buscando misericordia; por muchos días han estado
orando en secreto, y sus rodillas ya les duelen por la insistencia de su intercesión.
Su clamor a Dios ha sido: “Crea en mí, oh Dios, un corazón
limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.” Permítanme consolarlos
con esta reflexión: su oración ya ha sido escuchada. Ustedes tienen
un nuevo corazón y espíritu recto: tal vez no serán capaces de percibir la
verdad de esta afirmación en los próximos meses, por tanto, continúen
en oración hasta que Dios haya abierto sus ojos, para que vean que la
oración ha sido respondida; pero pueden estar seguros que ya ha sido
respondida. Si tú odias el pecado, no es tu naturaleza humana la que lo
odia; si anhelas ser un amigo de Dios, no es tu naturaleza humana la
que así anhela; si deseas ser salvado por Cristo, no es tu naturaleza
humana la que lo desea; si tú ansías, sin estipulaciones de tu parte, si tú
quieres hoy que Cristo te haga Suyo, que te preserve y te guarde, en la
vida y en la muerte, si estás deseoso de vivir para servirle, y si fuese necesario,
listo también a morir por Su honor, eso no proviene de tu naturaleza
humana: es obra de la gracia divina. Ya hay algo bueno en ti; el
Señor ha comenzado una buena obra en tu corazón, y Él la perfeccionará
hasta el fin. Todos estos sentimientos tuyos son mucho más de lo tú pudiste
haber alcanzado por ti mismo. Dios te ha ayudado a subir los peldaños
de esta divina escalera de gracia, y tan cierto como te ha ayudado
a subir todos estos escalones, te seguirá llevando hasta la cima, hasta
que te tome en los brazos de Su amor en la gloria eterna.
Hay otras personas, sin embargo, que no han experimentado eso, sino
que han sido conducidas a la desesperación. El diablo les ha dicho que
no pueden ser salvadas; han sido demasiado culpables, demasiado viles.
Cualquier otra persona en el mundo podría encontrar misericordia, pero
no tú, pues tú no mereces ser salvado. Escúchame, entonces, querido
amigo. ¿Acaso no he intentado dejar tan claro como la luz del sol a lo
largo de todo este servicio, que Dios no salva nunca a un hombre en razón
de lo que es, ni que comienza ni perfecciona Su obra en nosotros
porque haya algo bueno en nosotros? El peor pecador es precisamente
tan susceptible de recibir la misericordia divina como el que peca menos.
El que ha sido un cabecilla del crimen, repito, es tan buen candidato para
la gracia soberana de Dios, como quien ha sido un modelo de moralidad.
Dios no necesita nada de nosotros. No ocurre como con el labrador,
que no desea arar todo el día sobre las rocas, ni coloca a sus caballos
sobre la arena; para comenzar a trabajar, él busca un terreno fértil, pero
Dios no lo hace así. Él comenzará a trabajar sobre el terreno rocoso, y
golpeará ese corazón de piedra que tienes, hasta que se convierta en el
limo negro y fértil del dolor penitencial, y luego esparcirá la semilla viva
en ese limo, hasta que produzca fruto a ciento por uno. Pero para comenzar
Su obra, Él no necesita nada de ti. Puede tomarte siendo un ladrón,
un borracho, una ramera, o lo que seas: puede hacer que te pongas
de rodillas, y clames por misericordia, para luego conducirte a vivir
una vida santa, y guardarte hasta el fin.
“¡Oh!,” dirá alguien, “yo desearía que hiciera así conmigo, entonces.”
Bien, alma, si ese es un deseo verdadero, lo hará. Si tú deseas en este día
ser salvo, nunca habrá un Dios renuente allí donde hay un pecador dispuesto.
Pecador, si tú quieres ser salvado, Dios no quiere la muerte de
nadie, sino más bien que te arrepientas; y tú estás libremente invitado
hoy para que vuelvas tus ojos a la cruz de Cristo. Jesucristo ha cargado
con los pecados de los hombres, y ha llevado sus aflicciones; se te pide
que mires allí, y confíes allí, simple y sencillamente. Entonces tú eres
salvo. El simple deseo, si es sincero, muestra que Dios te ha estado engendrando
de nuevo a una esperanza viva. Si ese deseo sincero permanece,
será evidencia abundante que el Señor te ha traído a Él, y que tú
eres y serás Suyo.
Y ahora, cada uno de ustedes, reflexione (ustedes que son inconversos),
que todos nosotros estamos hoy en las manos de Dios. Merecemos
ser condenados: si Dios nos condena, no se escuchará ni una sola palabra
en contra de Su decisión. Nosotros no podemos salvarnos a nosotros
mismos; estamos enteramente en Sus manos; como una mariposa que
está entre Sus dedos, Él nos puede aplastar ahora, si quisiera, o puede
dejarnos ir y salvarnos. ¡Qué reflexiones deberían cruzar por nuestra
mente, si creyéramos eso! Deberíamos postrarnos, tan pronto lleguemos
a casa, y clamar: “¡Grandioso Dios, sálvame, porque soy pecador! ¡Sálvame!
Yo renuncio a todo mérito, pues no poseo ninguno; merezco ser
condenado; Señor, sálvame, por Cristo Tu Hijo.” Y vive el Señor, mi Dios,
delante de Quien estoy, que no habrá nadie que haga esto, que encuentre
que mi Dios le cierra las puertas de la misericordia. Anímate y pruébale,
pecador; ¡ve y pruébale! Cae hoy de rodillas en tu habitación, y
prueba a mi Señor. Prueba si no quiere perdonarte. Consideras que es
muy duro. Es mucho más amable de lo que tú imaginas. Piensas que es
un Señor duro, pero no lo es. Yo pensé que era severo y airado, y cuando
lo busqué, me dije: “seguramente, aunque acepte a todo el resto del
mundo, a mí me rechazará.” Pero sé que me tomó en Su pecho; y cuando
consideré que me despreciaría para siempre, dijo: “Yo deshice como una
nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados,” y me maravillé entonces,
y me sorprendo todavía ahora. Pero lo mismo sucederá con ustedes.
Sólo pruébenlo, se los suplico. Que el Señor les ayude a probarle, y a Él
sea la gloria y para ustedes sea la felicidad y la bienaventuranza, eternamente
y para siempre.



FUENTE : www.spurgeon.com.mx

No hay comentarios.: